En Tierra del Fuego arranca la ficción de Albertina Carri, que se titula Las hijas del fuego como el libro de cuentos y poemas que Gérard de Nerval publicó a mediados del siglo XIX. De aquella obra del escritor francés, la autora de Los rubios, La rabia, Géminis, Cuatreros retoma además la idea de contar un viaje cuyas escalas están determinadas por el (re)encuentro con distintas mujeres.
Por otra parte, la película que se estrena mañana en la Ciudad de Buenos Aires se titula (casi) igual que el documental más reciente de Stéphane Breton. En Filles du feu, el realizador –también parisino– retrata a un grupo de jóvenes kurdas que se armaron para combatir a tres enemigos feroces en Siria: el Estado Islámico, el ejército turco y las tropas de Bachar Al-Assad.
Acaso inspirada en De Nerval, Carri le rinde homenaje al poder redentor de las mujeres. Probablemente sin proponérselo, coincide con Breton en retratar a guerreras en lucha: de hecho, las protagonistas de esta road movie que arranca en Ushuaia enfrentan el patriarcado y sus imposiciones culturales, narrativas, estéticas.
En cambio, la realizadora se distancia de De Nerval y Breton a la hora de interpelar al público. Lejos de las cartas y poemas melancólicos que escribió el primero y del trabajo de campo que realizó el segundo, la también co-programadora del Festival Internacional de Cine LGBTIQ Asterisco busca sacudir, acaso escandalizar, a partir de una fábula pornográfica coral.
Las hijas del fuego resulta interesante al principio, cuando Carri y su alter ego en la ficción (una cineasta que tiene en mente “filmar una porno”) se preguntan sobre las características de este género y sobre las maneras de subvertirlo. Para desilusión de algunos espectadores, a medida que avanza, el film reemplaza preguntas e hipótesis por lugares comunes: por ejemplo la escala donde las protagonistas liberan a la esposa sometida a cargo de Érica Rivas para representar sororidad, el simulacro de sacrificio sexual en una iglesia (que podría disgustar a Madonna, chicanearon Los Jóvenes Viejos cuando el film se exhibió en el 20° BAFIC) para desafiar la moral y buenas costumbres que dictan los voceros retrógrados de la religión católica; las múltiples escenas de sexo grupal para reivindicar el poliamor; la participación actoral de mujeres obesas, delgadas, butchs, una de piel oscura ¿y transgénero? para expresar diversidad.
La discusión que esta película provocó en la edición más reciente del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente giró en torno a la atinada o fallida conversión del género pornográfico en manifiesto revolucionario. Seguro el estreno porteño reeditará aquel debate.
Las hijas del fuego evoca el recuerdo de la encomiable Los decentes, que Lukas Valenta Rinner filmó dos años atrás en el límite entre un barrio privado y un club nudista cuyos socios también suscriben al poliamor. Ante la comparación, algunos espectadores encontramos todavía más impostada, artificiosa, solemne la diatriba anti-patriarcal de Carri.
Asimismo corresponde contrastar la opinión de este público minoritario con los dos premios que el largometraje de Carri cosechó tras su exhibición baficiana: uno a la Mejor Película, acordado por el jurado de la competencia oficial argentina, y el segundo a la Mejor Sonido, concedido a Mercedes Gaviria Jaramillo por la Asociación Argentina de Sonidistas Audiovisuales.