Derrocando al patriarcado.
En la nueva película de Albertina Carri, las mujeres toman el mando e instituyen una nueva forma de vincularse en la sociedad, atravesando con plena libertad el deseo sexual. No, señores, lo siento, pero aquí no hay lugar para el falo, simbólicamente hablando, en cambio sí para algún juguetito sexual de buenas dimensiones para saciar el goce de vaginas insaciables. La trama es simple, a modo de road movie, una pareja de novias, en una furgoneta escolar, irán rescatando mujeres por un camino sin destino definido, y sumándolas a la revolución de un placer físico sin culpas.
Nos encontramos ante una película pornopolítica, dado que a través de las escenas explicitas de sexo, entre mujeres de todo tipo, se pone de manifiesto una postura que derriba las convenciones sociales que rodean la imagen de nuestro cuerpo y nuestro sentir. Aquí tampoco hay lugar para lo tabú, la directora filma primeros planos de vaginas, orgasmos húmedos, sexo oral, hasta bondage… por lo que el relato, a medida que avanza la película, va confluyendo en un orgasmo femenino colectivo.
Salvando las diferencias genéricas y estilísticas, en un punto, se asemeja a la A Dirty Shame del invitado estrella del BAFICI, John Waters, en la que en las personas de un pueblo pacato de EEUU, sienten la necesidad incontrolable de tener sexo. A través del humor ácido y negro que lo caracteriza, también deja asentada una crítica contra los cánones sociales establecidos.
Transgresora, incomoda y provocadora, Las hijas del fuego se despega de la doble moralina, y nos demuestra que es posible un cine honesto, descomponiendo la visión patriarcal del género pornográfico, y reinventándolo con otro tipo de goce y de cuerpos.