Las horas más oscuras (Darkest Hour, 2017) se presenta como una película que contiene una gran actuación de Gary Oldman; en realidad la película en sí es la actuación de Oldman, y todo lo que no se desprende de aquel excelente actor son como andamios y contrafuertes de una obra de arquitectura, necesarios pero al servicio de algo más digno que sí mismos. Gane o no finalmente el Óscar, todos van a recordarle como uno de los mejores Winston Churchill, pero la película erigida en torno a él es relativamente atávica.
La trama cubre el mayo de 1940, dramatizando el primer mes de Churchill como Primer Ministro británico. Chamberlain (Ronald Pickup), humillado por su fracaso de razonar con Hitler o remediar la Segunda Guerra Mundial, renuncia al cargo y se resigna a elegir a Churchill como su sucesor. Churchill es impopular y su reticencia a considerar la paz con el Eje causa fricción tanto con sus enemigos como con sus aliados. Los más tolerantes son su esposa (Kristin Scott Thomas) y su secretaria (Lily James), ambas imaginadas en clave de “la gran mujer detrás del gran hombre”.
Es insoslayable pensar a Las horas más oscuras fuera del contexto de los Academy Awards. Como The Post: Los oscuros secretos del Pentágono (The Post, 2017), ofrece una lección de historia moralizante. Como Dunkerque (Dunkirk, 2017), se enfoca en la retirada estratégica de aquellas playas (la maquinaria detrás de escenas) y rescata la victoria de la derrota. Como tantos otros dramas históricos traza paralelos obvios con la actualidad que los hace sentir mucho más importantes o relevantes que dos o tres años luego, cuando son recordados más que nada por su habilidad de cosechar nominaciones. El Discurso del Rey (The King’s Speech, 2010) es un buen ejemplo. Las horas más oscuras nuevamente muestra al mismo rey en cuestión, ahora interpretado por Ben Mendelsohn con un risible impedimento de habla (pronuncia las R como W) que probablemente es más acertado que el tartamudeo neutro de Colin Firth.
En el centro de todo se encuentra la performance de Gary Oldman, un actor tan legendario como camaleónico. Su Churchill sobrevive la caricaturización fetichista que suele conllevar el nombre - el moño, el cigarro, la papada - y se convierte en un personaje por ley propia, alguien con voz y lenguaje corporal colmados de pequeñas sutilezas que revelan la persona debajo de la imagen. La película le otorga no uno sino dos discursos grandiosos y brinda ambos sin un solo paso en falso. Iincluso la parte más indulgente y fantasiosa del guión - en la que el premier se sube a un metro y charla amistosamente con “el pueblo” - es tolerable gracias al actor.
¿Es posible separar una gran actuación de una película menos que grande? ¿Se puede calificar de sorpresiva la actuación de un actor de quien nadie espera menos? El mayor halago que se le puede hacer a Las horas más oscuras es que tiene la forma de su protagonista.