Las horas más oscuras

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

Temporada de V

Elizabeth y otra joven ven en el diario la foto de Winston Churchill haciendo la “V” con la palma hacia adentro y se tientan. El primer ministro se asoma por una ventana y pregunta qué es tan gracioso. Su secretaria lo lleva hasta el pasillo y le comenta que ese gesto tiene otra connotación en los barrios de los suburbios. “Bueno, ¿qué significa?”. Y después de un breve momento de duda, la joven responde: “Quiere decir hasta tu trasero, señor. Pero si lo hace del otro lado evita confusiones”. Ambos ríen cual cómplices de una travesura hasta que el hombre se aleja agitando el periódico y repitiendo su acto de rebeldía ¡Hasta tu trasero! ¡Hasta tu trasero!

La escena combina los dos universos que Joe Wright plasma permanentemente a lo largo de la película, es decir, la faceta privada y la pública de Churchill. El primero vinculado a la familia, a la forma de habitar la casa, a su pasión por el whisky y los cigarros, a la fuerte personalidad y el segundo asociado a su asunción como primer ministro, al poco apoyo del rey o de los partidos, al miedo que puede infrigirle a la gente y a las dudas y/o decisiones que debe tomar frente al avance de Adolf Hitler. En consecuencia, el director busca explorar las diferentes aristas del político inglés desde una mirada que privilegie lo humanitario –el momento central es la charla con los pasajeros en el subte– y lo patriótico –centrado en su habilidad y sus juegos con el lenguaje–.

Por otra parte, Elizabeth atraviesa ambos mundos gracias a una oscilación continua de su doble rol: por un lado, como un apoyo político a la hora de la construcción de los discursos, el ordenamiento de las ideas y las palabras o el incentivo de los principios del hombre; por otro, como la muestra más próxima de los intereses, cuestionamientos, sensaciones, dudas o pensamientos de la ciudadanía, en particular, los enfrentamientos con el Eje. Sin lugar a dudas el momento por excelencia es aquel donde le explica los últimos movimientos alemanes, la pérdida de tropas y las pocas probabilidades de salvar a los hombres en Dunkerque.

En Las horas más oscuras el tiempo es un factor fundamental porque no sólo permite situar la trama en el contexto histórico de la Segunda Guerra Mundial–la renuncia de Neville Chamberlain y el nombramiento de Churchill como su sucesor en medio de una situación crítica con tropas aisladas, países tomados y la posibilidad de un acuerdo de paz con el Führer a través de Benito Mussolini–, sino que también está al servicio de la imagen. Se puede pensar en los travellings pausados de la gente en la calle –en uno de ellos se perciben tres chicos con máscaras de Hitler–, las idas y vueltas del primer ministro por los túneles, el almanaque o los fondos negros donde sólo se distingue el ascensor con su figura dentro. Cada uno de ellos da cuenta de la fugacidad o el detenimiento temporal y de un cierto nivel de opresión debido al presente del país.

“Me preguntan cuál es nuestro objetivo. Puedo responder con dos palabras: la victoria, la victoria a toda costa, la victoria a pesar del terror, la victoria por largo y difícil que sea el camino porque sin la victoria no hay supervivencia”.

Por Brenda Caletti
@117Brenn