La tormenta perfecta
Winston Churchill tal vez sea el máximo prócer del siglo 20 para Occidente. El hombre que en la Segunda Guerra Mundial soportó sobre sus hombros el peso de enfrentarse a la mayor potencia bélica del mundo en ese momento: el ejército del Tercer Reich. Lo curioso es que en términos fisonómicos o anatómicos, el famoso primer ministro británico parece salido de las páginas de Los papeles póstumos del club de Pickwick, esa voluminosa primera novela de Charles Dickens en la que un grupo de personajes también voluminosos van y vienen tratando de hacer buenas obras.
Tanto las características físicas como la forma de hablar de Churchill han sido un desafío para los actores. En estos últimos años, fue encarnado por grandes intérpretes: Brian Cox, Brendan Gleeson, Michael Gambon, John Lithgow, entre otros. Pero a poco que uno se ponga a comparar esas actuaciones, verá que el mismo personaje, tan cargado de matices, tan profundo y tan superficial al mismo tiempo, le soluciona buena parte del trabajo al actor. Sólo basta ver una foto histórica de Churchill para sentir una simpatía inmediata por eso señor corpulento, con bastón, galera y cara de bulldog.
Joe Wright es un cineasta demasiado ambicioso como para conformarse con registrar una interpretación, por más que esta sea casi una reencarnación, como es el caso de la que ofrece Gary Oldman, un actor obsesivo hasta en los parpadeos, que restituye la dicción, los tics y los cambios de ánimo repentinos del primer ministro. Y esa ambición del director, por suerte, no es sólo visual, no es sólo manierista y afectada, sino dramática.
Si bien Wright se permite algunos movimientos de cámara que delatan su vanidad de virtuoso, de una u otra manera estos siempre están subordinados a la tremenda suma de conflictos que convergen en la figura de Churchill. Hay que recordar que este llega a primer ministro tras la renuncia de Neville Chamberlain, quien no supo calibrar la amenaza que representaba Hitler. Pero cuando asume, Churchill está lejos de contar con el apoyo de su gabinete y de su partido.
Las horas más oscuras reconstruye su primer mes y medio en el cargo, el período en el que Churchill se enfrenta a la vez a sus adversarios políticos y al avance del ejército alemán por las tierras, los mares y los cielos de Europa. ¿Cómo transmitir esa tormenta que se desarrolla en gran medida en el interior del búnker subterráneo donde trabaja el ministro y en su propia mente? En ese punto es donde se destaca el guion de Anthony MacCarten, quien con la simple invención de una mecanógrafa pone dentro de la película no una figura manipuladora de las emociones del espectador sino una representante del individuo común en medio del remolino ciego de la historia.
Heroica, por supuesto, y por momentos eufórica, la película sabe distribuir muy bien el peso de las decisiones fundamentales, y todo el tiempo es consciente de que un hombre solo no gana una guerra, aunque ese hombre sea Churchill.