El guionista Anthony McCarten (La teoría del todo) optó por concentrar esta biopic de Winston Churchill en un breve lapso de mayo de 1940 (desde que asumió como Primer Ministro en reemplazo del dubitativo Neville Chamberlain hasta que se inició la evacuación de Dunkerque) y ambientarla casi en totalidad en los cuarteles secretos desde donde se seguía el arrasador avance de las tropas nazis por buena parte de Europa.
Si bien hay algunas escenas en el hogar familiar de Churchill o una secuencia (totalmente ridícula) en la que viaja en subte rumbo a Westminster y se conecta con “el pueblo”, el director de Expiación, deseo y pecado apuesta a la concentración y, casi, al show unipersonal. Los personajes secundarios femeninos de Kristin Scott Thomas (su esposa) y Lily James (su secretaria) tienen escasos pasajes para su lucimiento porque todas las luces apuntan al despliegue histriónico del excéntrico y algo tiránico Churchill a cargo del camaleónico Oldman, quien en pantalla también fue Sid Vicious, Joe Orton, Lee Harvey Oswald, el conde Drácula, Ludwig van Beethoven, Sirius Black y el comisionado Gordon, entre muchos otros papeles. El hecho de interpretar a una figura mítica, las profusas capas de maquillaje que lo tornan casi irreconocible y el minucioso trabajo de mimetización (gestos, modulación y tono de la voz, etc.) son los aspectos de una interpretación que los votantes de la Academia suelen premiar.
Más allá de algunos buenos pasajes de humor negro que descontracturan el peso solemne de la Historia en el relato y de cierto virtuosismo visual del que hace gala Wright, el film se acerca por momentos a un costumbrismo algo patético y a una impronta teatral que no le hace del todo bien. Concebida como una suerte de precuela y contracara de Dunkerque, de Christopher Nolan, Las horas más oscuras describe sin demasiada sutileza las intrigas palaciegas dentro del Partido Conservador y el apoyo del rey Jorge VI, y termina cayendo en varios pasajes en el didactismo y la idealización. Orgullo británico.