De unos años a esta parte la Gran Bretaña oficial –la aristocrática y victoriana, la monárquica e imperial– se viene celebrando a sí misma, con películas como La Reina, El Discurso del Rey, La Dama de Hierro y Victoria y Abdul, y series como The Tudors y The Crown. Tarde o temprano tenía que tocarle a Sir Winston Churchill y aquí estamos, no exactamente con su biografía sino con un segmento acotado de ella, aquél que va desde su nombramiento como Primer Ministro, en plena Segunda Guerra, hasta el instante en que logra cohesionar a la nación entera detrás de su proyecto de frenar al Reich, a como diera lugar. Lo primero que uno se imagina ante esta clase de cosa es: bronce, solemnidad, himno patriótico, unanimidad oficial. Si bien no estamos en presencia de una obra transgresora ni mucho menos, Las Horas más Oscuras (traducción incomprensiblemente pluralizada de Darkest Hour) no tiene un pelo de los dos primeros vicios, si es patriótica lo es sólo en última instancia y es más populista que oficialista. ¿Y entonces? Entonces está muy bien, para decirlo mal y pronto, ya que fluye a lo largo de dos horas con energía dinamismo y buen humor.
Pasa algo raro con el realizador británico Joe Wright. El tipo no es, definitivamente, la clase de cineastas tipo James Ivory, que pueden llegar a experimentar un orgasmo con una cucharita eduardiana o un cortinado siglo XVII. Y sin embargo le gusta filmar películas de época, como Orgullo y Prejuicio, basada en la novela homónima de Jane Austen (su ópera prima de 2005), Expiación, Deseo y Pecado (Atonement, 2007) o Anna Karenina (2012). En todas ellas daría la impresión de que les hace una apuesta a las novelas originales, a los decorados y a los vestuarios, a ver si ganan la batalla ellos o el cine. Donde Wright gana más claramente es cuando tiene más cartas a favor, como en Hannah (2011), sobre una espía adolescente, criada para ser una perfecta asesina, o en el episodio que dirigió para la temporada 2016 de Black Mirror. Aquél donde Bryce Dallas Howard se desesperaba por ser aceptada en el círculo social de los mejor “likeados” en las redes sociales del futuro.
Otra vez a cargo de una película de época, nuevamente Wright demuestra no sentirse nada intimidado por la Cámara de los Lores de 1940 o por el mismísimo Winston Churchill, el héroe británico por excelencia del siglo XX. Es el tipo que se le plantó a Hitler cuando a Hitler ya no le quedaba otro territorio europeo por conquistar (pará la moto un segundo y pensá en términos del TEG si querés: el tipo del bigote corto conquistaba Londres y conquistaba toda Europa). Con muy buen criterio, Wright y su guionista, Anthony McCarten, eligen terminar la película allí donde la leyenda va a comenzar. Y empezarla donde la figura de Churchill es más discutible. Ordenémosnos. Es el año 1940, el Prime Minister Lord Chamberlain acaba de pactar con el piantado de Hitler y la Cámara de los Lores decide destituirlo, eligiendo en su lugar a otro miembro de su partido, el Conservador. Deberá ser alguien que se oponga claramente a ese acuerdo, y el único que da ese perfil es Churchill. Que es poco menos que un impresentable, porque no para de tomar alcohol desde el whisky de la mañana hasta el ron de la noche y porque llevó a la Nación a perder por escándalo batallas tan notorias como la de Gallipoli (véase Gallipoli, 1981), Sin embargo, él resulta el elegido.
Lo que cuenta Las Horas más Oscuras es la batalla de Winston Churchill para no caerse de la posición de honor para la que ha sido ungido. Para ello deberá luchar contra quienes quieren
transar con Hitler utilizando como mediador a Mussolini, contra el Rey Jorge VI –aquel que tartamudeaba en El Discurso del Rey y que desconfía seriamente de él–, contra Lord Halifax, que es amigo del Rey y lidera a la corriente conciliadora de su partido, y contra su propia inexperiencia como Primer Ministro, que lo hace dudar cuando tiene que dar mensajes radiales a la Nación. Pero Winston cuenta con el inestimable apoyo de dos chicas leales: su secretaria personal (Lily James) y su esposa, que le banca todas, al mismo tiempo que lo insta a no aflojar (Kristin Scott-Thomas, tan aguantadora que dan ganas de ofrecerle casamiento). Salvando una escena de una falsedad inconcebible (mientras se pregunta qué hacer, Churchill toma el subte por primera vez en su vida y se enfrenta a la opinión “del pueblo”, según generaliza un horrible cartel; opinión que lo hace decidir; tomate el subte B un lunes a las 7 de la tarde y vamos a ver si te dan tanta bola, gordo); todo se resuelve de una manera populista y corajuda (¡Hitler, te vamos a estar esperando!), lo cual al cronista le parece perfecto.
En cuanto a la nominada actuación de Gary Oldman, que en los papeles pintaba temible (¿pura obra del maquillaje? ¿mucha gesticulación?), hay dos sorpresas que no pueden dejar de mencionarse. Una es que Las Horas más Oscuras representa un enorme salto adelante en términos de make-up, sin narices prostéticas que se ven a una cuadra de distancia ni papadas dibujadas. Muy por el contrario, uno lo mira a Oldman y por más que busca el maquillaje, no lo ve. La otra es que la actuación de Oldman no se ve tapada por el maquillaje ni tampoco –teniendo en cuenta al actor, proclive a los excesos– se nota a la legua. Se trata de una actuación absolutamente funcional, sumamente expresiva y no carente de humor (inglés), algo que beneficia enormemente al personaje. Cuando nos enteramos de que Oldman había sido nominado una vez más al Oscar, pensamos que se trataba de la clásica nominación al unipersonal actoral. Nada que ver, esta vez la embocaron, tanto como con la favorita La Forma del Agua. Pero, ups, estamos hablando de más, así que nos llamamos a silencio.