Cuando uno ve películas como LAS INSOLADAS nota, casi a primera vista, cuánto de cierto hay en la idea de que la comedia es el género más difícil de todos. Hay algo ahí que entra en el terreno de lo misterioso, de lo inasible, que se da o no se da, que cobra vida o no. Y es muy difícil saber qué es. Lo más complejo del asunto, para mí, es que ni siquiera depende de la película solamente, sino de un montón de factores que la exceden. No sólo los distintos sentidos del humor –eso pasa con cualquier película, lidiar con los gustos diversos de los espectadores– sino con lo que sucede en la sala en el momento de la exhibición. Hay algo contagioso, o no, que se da en las comedias y que funciona, virtualmente, como un ida y vuelta. Digo virtualmente porque no es real como puede serlo en el teatro, pero es como si la película cambiara en función de su recepción y las risas que provoca o no en el público.
Un ejemplo es RELATOS SALVAJES. La primera vez que vi la película, en una proyección de prensa para cuatro personas, nadie se reía. Y la película no era entonces una comedia: se la seguía con tensión, pero no de manera humorística. Luego volví a verla en una función repleta de público en una enorme sala de Cannes y era como estar en una cancha de fútbol: la gente se reía, hablaba, aplaudía frases y situaciones, cada cambio de episodio. Y sí, de golpe RELATOS SALVAJES era una comedia, hecha y derecha. Ahora, ¿es o no es? ¿El público completa el género en algunas películas?
INSOLADASVi LAS INSOLADAS en una función de prensa masiva en la que muy poca gente se reía. La percepción que se tiene en esas situaciones es que la película no está funcionando y uno, quiera o no, muchas veces entra en ese clima que se genera en la sala (en otras, pasa lo contrario, uno no entiende de qué se ríe la gente). Es en ese contexto que escribo sobre la segunda película de Gustavo Taretto, en el de un espectador que veía a un grupo de actrices, técnicos y a un guionista/director invitando con ahínco a los espectadores a divertirse con los comentarios e historias de estas chicas y lográndolo pocas veces.
¿Es LAS INSOLADAS una mala película? No, no lo es. Pero tampoco logra trascender el planteo que propone, el juego que Taretto ha tratado denodadamente de transformar en una experiencia cinematográfica que trascienda ese escenario más propio para una obra teatral. Viendo la última película de Martín Rejtman no podía dejar de pensar que muchas veces el humor surge de ángulos de cámara, de milimétricos movimientos físicos, de silencios, de beats, de aire, de las maneras en las que todos los detalles que no son texto pueden producir gracia (y no me refiero acá al más obvio humor físico). Tengo la sensación que eso suele fallar en LAS INSOLADAS, que esa química, esa magia, esa combinación de elementos nunca termina por dar resultado. Y no son fallas groseras –los textos están relativamente bien, las actuaciones son aceptables, las escenas no tienen graves problemas específicos, el timing no es brillante pero es correcto–, pero el click no termina de aparecer. O, insisto, no apareció en la proyección a la que fui. Tal vez con un auditorio más receptivo al filme (uno de mujeres de 35 para arriba, acaso?), la cuestión cambie.
Insoladas_2La película transcurre a lo largo del un calurosísimo 30 de diciembre (no queda claro pero estimo que es 1995) en el que un grupo de amigas de una clase de salsa se reúnen a tomar sol para estar bien bronceadas en un show que deben dar esa noche. La película –por suerte– no opta por ir transformándose lentamente en un drama de acusaciones o historias cruzadas y mantiene un tono leve y anecdótico hasta el final. No conoceremos demasiado de las vidas previas de los personajes más allá de ciertas anécdotas que las pintarán, digamos, en términos psicológicos. En ese sentido la escena/monólogo de Marina Bellati contando su romance con un taxista brilla como ninguna de las otras en todo el filme, muchas de las cuales juegan entre el chiste fetichista discreto para que recordemos esos pequeños detalles de los ’90 (están todo el tiempo, pero se manejan con cierta sutileza) y las conversaciones banales de momento.
Esa levedad temática es bienvenida y si bien varias de las actrices no dan demasiado el physique du rol de los papeles de clase media, media baja que les toca interpretar (telefonista, promotora, peluquera, manicura y así), el problema es menor. Lo mismo sucede con lo que, en principio, es el tema de la película: retratar la época menemista en su punto cumbre, con los sueños de la clase media argentina de irse de vacaciones al Caribe como centro y eje narrativo. En ese sentido, es interesante lo que hace Taretto con los personajes, de los que podría burlarse fácilmente –con la comodidad que dan el tiempo y la distancia respecto a esa época–, pero jamás lo hace. O lo hace de una manera sutil (con el personaje de Violeta Urtizberea, digamos, como la “tonta” del grupo; o el de Elisa Carricajo como la estudiante de psicología que todo lo transforma en freudianismos básicos) sin llegar nunca a caer del todo en el estereotipo.
SEse cuidado, esa prolijidad, esa elegancia formal que tiene Taretto (algo que ya traía de MEDIANERAS) hace que nunca LAS INSOLADAS pueda volverse una mala película en un sentido clásico. Pero, a la vez, potencialmente, esa misma prolijidad es la que le impide brillar, destaparse, perder la línea, convertirse en realmente graciosa. Es como una comedia con miedo a volverse “grasa” (hasta la manera de mostrar los cuerpos bronceados y en bikinis de actrices escapa a esa tentación) pero, a la vez, sin querer tornarse cool ni darle una pátina de mirada “palermitana” o sobradora de hoy a ese mundo y a esos personajes. La película termina teniendo algo que tienen los personajes: más ilusiones que posibilidades de concreción. Y, como las chicas de la terraza, intenta llegar a destino en pequeñas y cómodas cuotas cuando lo conveniente tal vez podría haber sido colarse en el avión de una. O pensar en hacer otro tipo de viaje…