El off porteño llegó al cine
Seis personajes en una terraza tomando sol. Seis mujeres, con sus universos personales y estereotipados, intercalando sus voces hasta lograr una especie de voz superior que nos habla de cierta tilinguería de clase media noventera. Porque Las insoladas es una película ambientada en los 90’s, en el epílogo de la década menemista, que trata de indagar en cierto imaginario de época que se vale tanto de una paleta de colores entre kitsch y pop, como de objetos que alardean de lo nostálgico. Esas seis mujeres y la película misma no se moverán -casi- de ese espacio, en un tour de force narrativo de Gustavo Taretto por intentar que cierta languidez veraniega de diciembre y de fin de año termine haciéndose carne en el desarrollo de los personajes y de la experiencia del espectador. Tal vez Las insoladas sería una buena idea -o un buen concepto- si estuviéramos ante una obra del off porteño: todo en el film hace recordar al teatro, desde la utilización del espacio y el encuadre de la imagen, como la forma en que se van intercalando los diálogos y una narración que fragmenta en actos. El asunto es que más allá de esa apuesta teatral carente de creatividad como evento cinematográfico, los diálogos y las situaciones, así como el crescendo dramático entre los personajes, es definitivamente intrascendente y apenas salvan la película algunas actuaciones profesionales de Maricel Alvarez, Violeta Urtizberea y Carla Peterson.
A pesar de su minimalismo de puesta en escena, Las insoladas quiere ser bastantes cosas a la vez. Y logra poco. Taretto trabaja la imagen y el universo femenino como si del Almodóvar ochentero fuera, pero lo suyo es pura superficie: sus personajes son una deconstrucción machista que nunca comprende a la mujer desde adentro; de hecho, su cercanía con los cuerpos es bastante objetual, aunque se respalda en una estética kitsch que le permite algunos excesos. Sin embargo, lo superficial está explícito en otros asuntos. También quiere decir algo sobre los noventa, especialmente de su frivolidad, pero para lograr ese efecto tiene que forzar a sus criaturas hasta el nivel de la tontería perpetua: el personaje de Violeta Urtizberea es un ejemplo en ese sentido. El inconveniente es que Taretto no tiene la mínima vergüenza en hacer que aquel personaje que desconocía que Che Guevara fuera argentino, luego sea el que descubre que una nube que se ve allá a lo lejos, se parece a Cuba.
Apenas Las insoladas tiene para ofrecer unos primeros segundos, donde el director vuelve a demostrar su talento para descubrir imágenes particulares de las ciudades (como hacía en su estupendo cortometraje Medianeras; no tanto en el largo), y un número musical final que aún extemporáneo en el orden narrativo, le permite algo de dignidad a estas seis mujeres en busca de un destino, de un guión y de una película que las contenga un poco mejor.