El menemismo en la terraza
Con Las insoladas da la sensación que al director Gustavo Taretto le ocurrió lo mismo que con su anterior film Medianeras al tomar la decisión de extender el metraje a la duración de un largo cuando para esta nueva radiografía del neo liberalismo de los noventa parecía más adecuada la síntesis de un cortometraje. No tanto por la calidad de las actrices convocadas, Carla Peterson, Luisana Lopilato, Marina Bellati, Maricel Álvarez, Elisa Carricajo y Violeta Urtizberea, sino por una falta de ritmo que se percibe promediando la mitad del film y que se va acentuando hacia el desenlace.
El punto de encuentro de estas seis amigas, quienes se prepararon y ensayaron para salir victoriosas en un concurso de Salsa que las puede hacer acreedoras del premio mayor de cinco mil pesos (dólares con el 1 a 1) y así cumplir el sueño del viaje a la isla de Cuba, es la terraza de un edificio céntrico a la intemperie y dispuestas a broncearse con un sol que raja la tierra.
Entre el aumento de la temperatura, que funciona como separador de los distintos estadios a modo de viñetas, en la trama también, y en sintonía, lo que crece y aumenta en Las insoladas es la tensión dramática que se constituye por el choque de personalidades, pero que no logra escapar desde los trazos gruesos del guión de los estereotipos del mundo femenino: la psicóloga del grupo que interpreta los dichos y actitudes inconscientes de sus amigas; la sabelotodo que usa anteojos como una Calculín en bikini: la boba: la obsesiva de los animales, por citar los más obvios.
A ese racimo de lugares comunes se le debe agregar, a veces ,diálogos ampulosos que no aportan demasiado más allá de su rasgo de banalidad, en contraste con aquellas situaciones donde los elementos del costumbrismo y la observación aguda de una idiosincrasia propia de aquellos tiempos del 1 a 1 resultan atractivas y permiten realizar comparaciones con la actualidad y encontrar en ese ejercicio de los contrastes históricos similitudes y diferencias tan abruptas y tajantes como ese sol que deshidrata en una tarde de verano porteño cuando las gotas de sudor se escurren entre los cuerpos bronceados como las ideas que se achicharran a pesar de los buenos intentos de Taretto y equipo.