Había una vez un náufrago
Como muy pocas veces el uso del 3D es justificado. Y el filme divierte no sólo a los chicos.
A los puristas les revolverá le estómago, como a Robinson Crusoe antes del naufragio, pero en cuanto pasen los primeros minutos, y la sorpresa por los cambios en esta adaptación, la disfrutarán.
Es que Las locuras de Robinson Crusoe toma al personaje de la novela del inglés Daniel Defoe, publicada hace casi trescientos años, lo incluye en una isla desierta, pero en vez de encontrarse con Viernes, lo hace con Martes, una suerte de papagayo parlanchín, que ve en el recién llegado la certeza de que otro mundo más allá del océano existe.
La isla está desierta de humanos, pero no de animales. Así, Robinson, un cartógrafo que sobrevive al naufragio de un buque pirata, llega con su perro al islote donde siete animalitos hablan hasta por los codos (o como se llame lo que tengan allí en sus patas), sea camaleón, tapir, cabra o más aves. Y claro, a Martes le extraña que Robinson camine en dos patas, y no sea un ave...
Lo impresionante del filme es la utilización del 3D, realmente bien aprovechada, así como la definición de algunos elementos, como el agua o los cabellos de Robinson, y las bellísimas puestas de sol. Sin apelar a la distancia ni a los objetos que se acercan peligrosamente a los ojos del público, hay un sentido de la profundidad sumamente logrado.
No será casualidad que uno de los productores de este filme belga sea Ben Stassen, creador de Las aventuras de Sammy (2012), donde mucho de esto ya se percibía.
Una aclaración: a aquellos que les encanta subir fotos de gatitos a sus muros de Facebook, seguramente no le pondrán muchos likes a los mininos de la película, que son malos, feos, traicioneros y seguro que tienen mal aliento.