Por un momento (breve, es cierto) recordé la sana intención de “El laberinto del Fauno” (2006): mostrar a una niña en un contexto socio-político para ella ingobernable, en el cual necesita de su imaginación y fantasía para soslayar una circunstancia que en su capacidad psíquica le es adversa. En aquella oportunidad, el contexto era el régimen Franquista.
“Las malas intenciones” intenta esto mismo en el Perú de los atentados constantes de la década del ochenta. Es la producción que ese país envió en el 2012 al Oscar y traza una relación ambigua en el texto cinematográfico. Como si para la guionista y realizadora el contexto funcionara en el inconsciente de su criatura como el paradigma de "lo no deseado", ergo, lo mismo le ocurre a Cayetana (Fátima Buntinx) cuando se entera del embarazo de su madre. No se sabe bien a qué obedece la decisión de terminar con su vida, más que por una latente suposición del posible abandono.
Demasiados condicionales para un relato que en definitiva llega a los tumbos al meollo de la cuestión. Sin embargo (aquí viene la vuelta de tuerca intrigante) los héroes nacionales de manual escolar cobran vida para ayudar a la niña a rescatar algunos valores universales que, por decantación, derivan en un sentido homenaje a la tolerancia. No a las ideas, sino a la convivencia con ellas.
Es este costado es donde la obra de Rosario García-Montero tiene tantos puntos a favor como en contra.
Si el momento histórico es este ¿por qué el vehículo es la niña con sus decisiones y no un mundo adulto que trata de guiarla? Al mismo tiempo esto funciona como un deseo de que la historia sea escrita por las mentes inmaculadas y las ideas pasen en forma directa a las nuevas generaciones.
Por esta razón “Las malas intenciones” tiene como premisa una utopía lógica, sin abandonar los procesos por los cuales un chico (en este caso una niña) vive, piensa y siente.
La historia de cada país está para ser revisada y cuestionada constantemente. Desde el punto de vista cinematográfico (acaso lo que nos convoca a estas líneas) el relato está bien delineado y logra lo que se propone, aún cuando el paralelo entre el presente y el pasado queden en una nebulosa a resolver por cuenta de quien esté atento.
Como puede ver, este es mi planteo y es tan relativo como lo que percibe cada espectador, luego el lugar para la polémica está abierto. Los efectos residuales de la historia hacen que el arte se preocupe y se comprometa a convertirse en un espejo en donde reflejarse.
Esta realización tiene con qué sentar precedentes para que la cinematografía peruana comience a exorcizar sus propios demonios. ¡Vaya si vale la pena ser testigo frente a la pantalla!