Los santos inocentes
Ante todo, y una vez puesto en marcha la operación retorno, debo aclarar que mi ausencia a miles de kilómetros se debió como resarcimiento por las millas acumuladas a partir del mal trato por trabajo insalubre.
Dicho de otro modo, y no en defensa de nuestro viejo e irresponsable editor, (más viejo que irresponsable), fueron demasiados los bodrios que tuve que digerir, y luego “pensar”, para escribir sobre los mismos, ya que, como me dijo una vez el maestro Anibal Vinelli, si vas a hablar mal de una película tenés que justificar con más argumentos que si hablas bien. Y tener que pensar un bochorno fílmico, agota.
Por otro lado decir que no hay reparación eficaz al ciento por ciento. Sin embargo, el alejarse un poco y despejar el cerebro, ayuda.
Así que, y esto va en particular a mi colega que se andaba quejando, a llorar a la Sinagoga, perdón a la iglesia.
Yendo a lo importante, éste filme, ganador del Gran Premio del Jurado en el festival de Venecia del 2014, centra toda su potencia en la perdida irremediable. Tanto que, visto desde la metáfora de un mundo extraviado por la inoperancia de muchos, o por la mentada globalización, como simultáneamente, puede ser apreciada como la perdida de la inocencia, de ese paso que va del mundo infantil al adulto, casi como un salto al vacío, en la mirada de nuestra heroína.
Este segundo largometraje de la italiana Alice Rohrwacher tiene un principio que es el mismísimo final.
Una noche oscura, camionetas que circulan por un espacio, al parecer desértico, los ocupantes de los mismos van armados, bajan de los vehículos, uno señala una casa en el medio de la nada y se entera (los espectadores también) que está desde siempre ahí.
La cámara abre en el interior de la vivienda. Es de día, nos presentan a nuestros personajes, y a partir de allí la historia de la familia, y la realidad que los va circundando en la mirada de Gersomina, la hija mayor de la pareja parental.
La directora demuestra una gran capacidad de observación de la realidad que ella misma refleja, y simultáneamente, pero con visos de constituir una subtrama, va construyendo otra equivalente, al mismo tiempo, y de manera muy natural, acercarse además desde las formas al neorrealismo italiano, del que éste filme parece ser deudor, cuando se puede ver como una forma de rendirle homenaje a uno de los más importantes directores de cine como Federico Fellini, no en vano nuestra heroína lleva el mismo nombre que la protagonista de “La Strada” (1954).
La historia central narra las vicisitudes de una familia de apicultores que contra viento y marea desean seguir viviendo en un mundo natural, cuando alrededor el capitalismo salvaje va transformando todo en artificial.
Gersomina crece en este mundo que se está acabando, mientras desde su interior va abriéndose paso la mujer que algún día se supone será. El transito que va de la inocencia extrema a la madurez golpeada, en sus silencios, en su mirada, se va forjando tanto el conflicto personal como el general. Pues la realización transita constantemente de lo general a lo particular, de su infancia que se desvanece al mundo conocido que va desapareciendo, la presencia de un joven foráneo, ex reo, adoptado por los padres de Gersomina, sumado a la invasividad de la que son víctimas por un mundo visual, donde la reina de lo vacuo se hace presente en formato de concurso televisivo, siendo la conductora un monumento al kitch, en si misma y en el cuerpo de Monica Bellucci, alteraran el frágil equilibrio en el que la familia se seguía sosteniendo.
Conjuntamente, y no debe ser capricho que la actividad de la familia sea la producción de miel, apicultores que nunca pueden llegar a ser como imagen la constitución de la colmena que ellos mismos cuidan y de la cual dependería su supervivencia.
De una sencillez de construcción, estéticamente sin grandes despliegues, sólo el confrontar los mundos, el natural y el artificial, sin grandes movimientos de cámara, trabajado más que nada del plano medio al plano entero, necesitando por momentos recurrir al plano general para que no nos olvidemos del espacio que quiere retratar.
Un muy buen montaje, una muy buena dirección de fotografía, y gran diseño de la banda de sonido, y sostenido principalmente por las actuaciones.
Como canta el gran poeta cubano Silvio Rodríguez, casi se podría decir una síntesis del discurso del filme.
”La era esta pariendo un corazón.
No puede más, se muere de dolor,
y hay que acudir corriendo
pues se cae el porvenir
en cualquier selva del mundo,
en cualquier calle...”