Las mil y una (Competencia Internacional)
Segundo largometraje para la correntina Clarisa Navas que de a poco va transformándose en uno de los talentos más importantes de la cinematografía argentina. Todo aquello tan prometedor que surgía en "Hoy partido a las 3" se termina de convertir en certeza en esta magnífica pintura adolescente que ocurre en el barrio correntino Las mil viviendas.
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Con Iris a la cabeza, como esa basquetbolista que tras cada pique va construyendo su identidad. Con sus primos, tratando de sobrevivir desde lo queer en un ecosistema de masculinidades violentas. Con Renata, la que elige elegir sin importar lo que piense el resto. Pero por sobre todo, con ese barrio, donde los cuerpos se entrecruzan, donde el deseo fluye, donde la violencia asalta, donde el sonido de un beso puede verse interrumpido por el de una sirena policial.
Hay una búsqueda por parte de Clarisa Navas de romper con esa mediación inescindible respecto a darle voz a aquellos que no suelen tenerla. En dinamitar esa absurda romantización de lo popular o de su antítesis, el aleccionamiento. En lograr que el barrio hable por sí mismo. Que hablen su cuerpos, que hablen sus vínculos, que se exprese el deseo de la forma más pura posible.
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Posiblemente la dirección sea la piedra angular de este relato. En esos planos secuencia, en esas tomas largas recorriendo el terreno, en esa cámara fija que se inmiscuye en la privacidad. En saber captar qué dicen y qué no cada uno de los personajes que irrumpen la escena.
"Las mil y una" logra involucrarnos desde cada uno de nuestro sentidos. Tiene la capacidad de hacernos sentir que estamos ahí, sumergidos en una atmósfera compleja donde puede lo mejor y lo peor pasar. Con Iris, con Renata, con Darío, con Ale. 120 minutos donde el mundo de los personajes pasa a ser nuestro mundo. Donde sus deseos, sus peligros y sus violencias, se vuelven parte de nuestra vida.