La libertad
La segunda obra de la correntina Clarisa Navas tras Hoy partido a las 3 (2017) se encuadra dentro de una clásica historia de iniciación pero con un nivel de sensibilidad, sutileza y empatía que la convierten en una película sublime.
La historia, que se desarrolla en el barrio correntino de Las Mil, lugar donde la directora vivió durante gran parte de su vida, tiene como protagonista a Iris (Sofía Cabrera toda una revelación), una chica más del lugar que transita por esa etapa de la vida donde la adolescencia y la adultez se funden para no saber de qué lado ubicarse. Iris juega al básquet, no bebe alcohol, no se droga y se enamora de Renata, una chica de la que se habla mucho pero poco se sabe. Darío y Ale son sus compinches. Uno abiertamente gay, mientras el otro todavía no sabe muy bien que rumbo tomar mientras aspira a ser escritor. Los tres son bien diferentes en sus personalidades pero juntos componen una triada que resiste los avatares de la vida que se les viene encima.
Navas ubica la acción dentro del propio barrio, sin traspasar los límites, un espacio que funciona metafóricamente como el laberinto existencial que transitan los propios personajes a los que una cámara inquieta sigue sin que estos noten su presencia mientras observa sus acciones, sus movimientos, sus conversaciones por momentos corridas de cualquier eje de sensatez. Diálogos que en cualquier otra historia hubieran resultado forzados, pero que acá resuenan con total naturalidad gracias a una estructura narrativa que se aleja de la rigidez y deja a sus personajes actuar con la misma libertad que se respira en la película.
En Las Mil y una (2020), que integra la Competencia Internacional del 35 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, no solo se respira libertad sino que esa libertad traspasa la pantalla. Navas filma la vida misma y la convierte en puro cine. No necesita aplicar golpes de efectos para llegar al corazón ni mostrar un catálogo de cuerpos desnudos ni escenas de sexo para lograr sensualidad. Tampoco necesita aclarar lo que se sobreentiende ni que se explique la obviedad. Hay una rigurosa elección en lo que se muestra y como se mustra, aunque muchas veces el fuera de campo diga mucho más que lo que se está viendo.
Que la historia de la película hable del amor entre dos chicas o muestre a personajes gays u otros que eligen vestirse de mujer no la hace exclusivamente una película de nicho LGBTQI+, una etiqueta que simplemente se le aplica al hacer un recorte de una parte de lo que cuenta. Porque Las Mil y una es mucho más que eso. Es una película libre en su forma, crítica aunque no lo parezca, sin ataduras de ningún tipo, con un mensaje sutil pero de una contundencia política imposible de soslayar.