Un grupo de alocadas muchachas españolas
El film de Philippe Le Guay articula diferentes planos, como los que se dan desde el punto de vista no sólo arquitectónico, sino a partir de un cruce de miradas y de limitaciones entre dos culturas, en el París de principios de los años 60.
En el orden de las comedias, de este género que alguna vez tuvo un lugar muy significativo en la cartelera cinematográfica, son muy contados los títulos que, en los últimos años, merecen recordarse. Y no son precisamente como ocurría hace algunas décadas los que provenían no sólo de países europeos, sino también de realizadores estadounidenses, cuyas trayectorias, entonces, garantizaban ese concepto de divertimiento; hoy, por otra parte, tan ausente, reemplazado por un cine standard y conformista, pensado sobre todo y fundamentalmente con un criterio que no va más allá de una tardo?adolescencia.
La gran esperanza, ante la ausencia de relevos de los grandes nombres de la comedia estadunidense, sigue estando, de acuerdo con lo que llega a nuestro país, en la cinematografía europea, ya que de otros países, en lo que respecta a este género, poco conocemos. Y no de todos los países de Europa claro está, sólo de Francia, Italia, España, Inglaterra e Irlanda, a razón de no más, con suerte y como se dice coloquialmente con muchísimo viento a favor, dos o tres películas al año; siempre y cuando hayan sido éxito de taquilla en sus propios países y/o bien hayan obtenido numerosos premios internacionales.
Presentada en la función de cierre del Encuentro de Pinamar 2012 y aún no estrenada en España, aunque sí en Italia, "Las mujeres del sexto piso" puede representar para nosotros, espectadores tan expectantes de renovadores títulos, una más que bienvenida propuesta. Y si esto lo considero así es porque el film de Philippe Le Guay, realizador no conocido para nosotros, articula diferentes planos, como los que se dan desde el punto de vista no sólo arquitectónico, sino a partir de un cruce de miradas y de limitaciones entre dos culturas, en el París de principios de los años 60.
En ese París de aquellos años, en el que podemos imaginar a los realizadores de la Nouvelle Vague rodar sus historias; un grupo de mujeres españolas, escapando de las tensiones y de la asfixia del franquismo, comienzan su búsqueda como empleadas domésticas. Y algunas de ellas, recién llegadas, ya ocupan, bajo la censora mirada de una portera, un sexto piso, cuyo propietario, que habita un piso de abajo, reconocido financista, casado con una muy aburrida mujer, padre de dos hijos, es un tal M. Jean Louis Joubert.
Todo esto ya está planteado en los primeros minutos del film. Como el portazo que dará la vieja criada, la de toda la vida, por los enojos continuos con la Sra. Joubert, ahora, ante una dolorosa situación. En esos primeros minutos, sabremos que esas mujeres españolas que habitan el sexto piso, esa noche, tal como se quejado la portera y así se lo ha transmitido al Sr. Joubert, ellas, las mujeres españolas, han estando cantando y bailando.
Como vemos en estas primeras secuencias, ¡cuántas historias de vida se nos han acercado!. No sin antes su realizador, a través de unas fugaz panorámica, recordarnos al París de René Clair, porque su mirada exterior, por la manera en que nos ha permitirá ingresar al departamento de ese sexto piso, en el que habitan las mujeres españolas, es a través de sus techos. Sobre los techos de París.
Paulatinamente, nada será vertiginoso en el film, comenzarán a marcarse deslizamientos muy sutiles. Hay camisas que planchar en la casa de M Joubert y su esposa debe atender sus citas con el peluquero, pedicuro u obviamente recorrer las grandes tiendas con sus amigas. Y siempre estará fatigada al final del día. La señora de servicio ya no volverá y ahora hay que acudir en busca de una reemplazante y ahì está una de ella, una joven, María, que en el film, está interpretada por la actriz argentina Natalia Verbeke, nacida en Buenos Aires en 1975, cuya trayectoria la comenzó en España. Será ella quien, desde su lugar y su idioma, desde esos tres minutos de cocción para el huevo, esos tres justos minutos, comienza a sorprender al tan almidonado ejecutivo M. Jourdain.
No quisiera avanzar a nivel argumental. Sólo señalar que sí escucharemos canciones de la época y retazos de una trágica memoria; de cómo M. Jourdain sabrá que el universo puede encontrarse en la palma de la mano y que el aprendizaje de otro idioma nos lleva felizmente a abrir puertas, ventanas, horizontes. Y de cómo ciertos virajes, desvíos y cruces de fronteras, en algunos de sus personajes, nos pueden llevar a pensar, estimo, en que ya se están bosquejando algunos cambios que cristalizarían hacia fines de esa década.
M. Jourdain está interpretado por un muy admirable Fabrice Luchini, actor de films de P. de Broca, Patrice Leconte, Cedric Kaplisch, entre otros; y de las almodorovianas Carmen Maura y Lola Dueñas como asimismo de la joven N. Verbeke y de la hiératica, desde su rol, Sandrine Kiberlain Y muchos más,claro está.
Un film que desde el seno de una familia acomodada y de la alta burguesía, que se maneja tediosamente regido por las alzas y bajas de las acciones y una repetida agenda del sinsentido, pasa a ser un relato coral en el que juega un coherente y muy esperado, más que esperado, final feliz.