Inocencia y Culpa Burguesa
El cuento de la Cenicienta me lo han contado demasiadas veces. La historia de la chica humilde que gracias a su simpatía, carisma, carácter y belleza física logra ablandar al príncipe frío y seco, hacerle sentir empatía por las clases bajas, libre de culpa y pecado, convertir a la bestia que se rige por dogmas y protocolos sociales, en un ser alegre y solidario, la he visto hasta el hartazgo. Algunos realizadores supieron aportarle giros más o menos originales, y no desestimo el encanto de obras clásicas como El Príncipe y la Corista de Laurence Olivier.
Pero Las Mujeres del Sexto Piso, no solamente no aporta una sola idea original, sino que además peca de ingenua, superficial y hace apología al capitalismo.
Jean Louis Jeaubert es un hombre tímido que siempre vivió bajo la sombra de mujeres: primero su madre y después su esposa. Cuando la primera fallece, la segunda despide a la empleada doméstica que había estado junto a ellos por más de 25 años. En el mismo edificio del que es propietario, en el sexto piso, viven 5 mujeres provenientes de España, que son las empleadas domésticas de los aristocráticos del edificio, todos burgueses, dueños de negocio o empresas con dinastía, como la de Jeaubert, que se dedica a la compra y venta de acciones. Cuando llega María, la sobrina de una de las mujeres del sexto piso, Jeaubert la emplea y pronto empieza a sentir interés romántico por ella, y simpatía por las demás mujeres, brindándoles el apoyo económico que necesitan, pero al mismo tiempo, dejando de lado a su propia familia.
Nadie duda de las buenas intenciones de Le Guay a la hora de filmar. El relato tiene ritmo, y escenas muy simpáticas. Básicamente, es agradable y no cae ni en golpes bajos ni en otros momentos sentimentalistas. Ahora bien, la acción sucede en 1962, y supuestamente, las mujeres españolas se fueron a Francia, escapando del franquismo. Esta elección de tiempo termina siendo bastante trivial y banal. El interés de Jeaubert por la situación político-social de España es relativamente menor al que tiene por la cultura culinaria o musical que las mujeres intentan instruirle. De hecho, una de ellas, la que pone mayores barreras a la relación del protagonista con ellas, defiende el comunismo, pero queda como un personaje demasiado superficial. Se nota que Le Guay fue criado en una familia burguesa, aislada de los acontecimientos que se estaban dando en Francia en los años ’60.
La inferencia de la política y la economía nunca se profundiza, e incluso, se intenta demostrar que invertir en la bolsa da frutos y es favorable para todos. La “comunista” termina sintiéndose atraída por la Bon Vivant que propone Jeaubert. Los conflictos conyugales que llevan las acciones del protagonista con su esposa, están reducidos a superficiales gags referentes a la imposibilidad de las clases aristocráticas de llevar adelante una vida doméstica sin empleadas.
Para dejar en claro que las mujeres son españolas, Le Guay las estereotipa al máximo, mostrando al burgués como víctima de su educación conservadora.
Recientemente vi en el último Les Avant Premiere, Ma Part du Gateau, en donde también se mostraba la evolución en la relación de una mujer obrera que termina como empleada doméstica de un yuppie de la bolsa, en la actualidad. Pero en la obra de Cedric Klapisch, se hacía mayor énfasis en lo social; al personaje del burgués no se lo ingenuizaba tanto e incluso, se lo castigaba.
Acá, Jeaubert es un ángel, un hombre sometido, sin maldad, que demuestra que el capitalismo no es tan salvaje, y el dinero puede construir la felicidad.
La narración es demasiado amable, tira por el suelo todas las enseñanzas cinematográficas que brindó la nouvelle vague. Es anticuada, de ideología peligrosamente conservadora y retrógrada.
Lo único que realmente salva un poco al film son las interpretaciones. Fabrice Luchini, es un actor inmenso, sutil, de pocos gestos y gran expresividad, con innumerable versatilidad humorística y dramática. Uno de esos intérpretes que brillan en cualquier género, y cualquier personaje. Sandrine Kiberlain, también es una destacada actriz, minimalista, con una mirada penetrante y sonrisa compradora. Su honestidad le brinda calidez a un personaje tan frío y calculador. La tercera pata, del triángulo, es Natalia Verbeke, la actriz argentina, pero que trabaja hace bastante en España y compone a María, la Mary Poppins del cuento. Verbeke, con su belleza y simpatía logra una interpretación mucho más contenida que en obras anteriores, y mucho más creíble también. Berta Ojea es la más interesante del elenco secundario, y dos enormes actrices como Lola Dueñas y Carmen Maura, se encuentran completamente desperdiciadas. De hecho, es decepcionante, el ambiguo rol que le dieron a la protagonista de ¿Qué he Hecho Yo para Merecer Esto?
Visualmente poco imaginativa (aunque la fotografía es bastante destacada), Las Mujeres del Sexto Piso es una comedia sin personalidad, simpática, pero demasiado armada a partir de fórmulas remanidas, calculada, que repite con mucha ingenuidad el modelo del burgúes con conciencia social que decide cambiar gracias al amor, y sale triunfante.
Ya va a llegar el día en que el cine se dé cuenta que el príncipe azul y el lobo feroz, son la misma persona.