Suma de torpezas y pasos en falso
Opera prima de Marcela Balza, Las mujeres llegan tarde es una de esas películas en las que por una suma de torpezas, decisiones erróneas y pasos en falso, todo suena forzado, fuera de lugar, inverosímil. No se trata precisamente de que no se haya contado con los recursos necesarios, dicho esto en sentido técnico y humano. El elenco es tan grande, tan lleno de nombres que actores como Guillermo Pfening, Mike Amigorena y Martina Gusmán aparecen en una única escena. Lo mismo para los rubros técnicos, cubiertos por profesionales de primera. El tema es que la película que los contiene no sabe usarlos, sacarles el jugo, canalizarlos.
Un electricista de a bordo llamado Miguel (Rafael Spregelburd) baja a tierra en el puerto de Buenos Aires, en un casino clandestino conoce a una mujer llamada Gabriela (Andrea Pietra, la presencia más convincente de la película) y más tarde la reencuentra en un piringundín, donde trabaja como copera o algo más. De pronto llueven dólares. No sólo porque el número sugerido por Gabriela sale ganador, sino porque de inmediato la mujer abre la caja fuerte del boliche, llena un bolso con fajos de a 100, se lo entrega al electricista y le indica dónde van a encontrarse una semana más tarde. Ella toma todas las decisiones, él se dirige como un autómata hasta un hotelito de Cañuelas, postergando el casamiento que lo trajo a tierra.
El hotel está en bancarrota. Y ahí viene el forastero, cargado de Franklins. Bastará que la hija de la dueña revuelva un poco entre sus cosas para que ella y su madre terminen convertidas en variante bonaerense de Las diabólicas. Así como trastabilla para definir tiempos y espacios, Las mujeres... tampoco llega a establecer un tono, pasando del letargo provinciano al cine negro (y de allí, in extremis, a la tragedia griega), definiendo confusamente a sus personajes y quedando atrapada en convenciones de telenovela. Como cuando a Gabriela, caída en el hotel, le basta pispear un poco para descubrir secretos tremendos. Y si no, viene Marilú Marini (la dueña) y le confiesa todo, casi sin que la otra pregunte. De pronto aparece Mike Amigorena, con camisa blanca y chalequito gris, y resulta ser un cura. Cuando la película está terminando se adivina la presencia de Martina Gusmán, haciendo un papelito que podría haber hecho cualquier desconocida. En el hotel hay un monito, no se sabe bien por qué, y una tía reblandecida que dice que los gnomos la hacían perder plata.