Tres amigos. Dos solteros. Uno en proceso de separarse. Las chicas. El levante. El alcohol. La amistad. El juramento de no comprometerse con ninguna. Bueno, ya tenemos muchos años de cine atrás, mucho Hollywood línea media, muchas comedias con algún carilindo que fue estrella de alguna marca que supo ser fuerte (Zac Efron de High School Musical). Y Las novias de mis amigos no viene a contradecir lo que se espera de ella sin ponerse imaginativo ni exigente. Claro, es el año 2014 y, un poco en automático, podría afirmarse que en estas comedias hay mayor escatología y crudeza sexual que en otras décadas. ¿O no? Aquí tenemos bastante, pero se queda en los diálogos: se habla y se describe un pene, pero no se ve el pene; se habla de sexo, pero prácticamente no hay desnudos. Una película de los ochenta sobre "solteros en tren de dejar de serlo" como Despedida de soltero (con Tom Hanks, un actor mucho más completo que Efron) era mucho más salvaje. Pero esa película era una fiesta y Las novias de mis amigos es otra cosa: es una comedia romántica con tres protagonistas masculinos.
Durante un buen rato entre Nueva York, trabajos cool, ambientes hipster, canchereadas y chistes, el relato al menos es consciente de que la velocidad es un valor a tener en cuenta y los diálogos de seducción y de colisión se arman con ese objetivo. Las dos chicas principales -la inglesa Imogen Poots y la flaca Mackenzie Davis- y el chico con cara de cine de los ochenta -Miles Teller- afilan la dicción y sueltan frases con gracia. Zac Efron también lo hace, y sabe hablar rápido, pero en su mirada acuosa se nota la amenaza que se aproxima: la película, en su último tercio, apela al "conflicto", a plantear un "tercer acto" de resolución, a las más pavotas convenciones narrativas de las comedias románticas.
Se plantan a lo bruto un par de desavenencias entre chicos y chicas para generar un supuesto suspenso que en este caso nunca es tal, sino un retraso innecesario del final con un cambio de tono que se lleva mal con la velocidad y liviandad anteriores. En ese momento se nota más que sobra mucha música, que el montaje es un tanto torpe y que todo está muy gastado. ¿Para qué meter estos conflictos que los mayores 18 años (la calificación que recibió la película) vimos al menos mil veces?
El director debutante Tom Gornican abusa, como tantos otros, de los personajes con tazas cool de café agarradas de manera cool en lugares cool de Nueva York (el cine y su magia para dotar al café como objeto de deseo supremo) y pone algunas buenas frases sobre la ciudad. Quizá se tendría que haber animado a hacer algo extremo: sólo momentos de tazas lindas de café con conversaciones sin mayores conflictos. El corazón y el atractivo de la película estaban ahí y las convenciones narrativas mal desplegadas la hacen dejar de latir y echan demasiada luz sobre sus fallas.