Tres pícaros sinvergüenzas
Dentro del manual de la comedia estadounidense del siglo XXI, si en pantalla hay tres jóvenes más o menos apuestos, con la libido en alza, el resultado serán gags zafados, escenas de sexo y, cuándo no, otros escatológicos.
La regla se cumple casi al pie de la letra en Las novias de mis amigos, con la rara excepción de que las actuaciones están por encima de lo que ofrece la trama.
Tres amigos veinteañeros juran fidelidad a una idea: no estar en pareja, o algo así como tener sexo, pero no comprometerse. Como cada uno anda tras lo suyo (Mickey acaba de enterarse de que su mujer le es infiel, y la dejó, pero la sigue viendo; Daniel empieza a ver con otros ojos a una amiga; Jason se acuesta con una rubia y la confunde con una prostituta, para luego enamorarse), el asunto se les complicará. Hoy un juramento, mañana una traición.
Las novias de mis amigos también se diferencia de las películas de humor más grosero en que es más lo que se esboza que lo que se confirma en imágenes. Y en que, más que una comedia a secas, la película termina apuntando hacia la comedia romántica.
Y también en que, transcurriendo en Nueva York, salvo los vasos de papel de café con los que deambulan, no hay íconos de la Gran manzana, sino todo lo contrario.
El muy buen actor que es Michael B. Jordan aquí está lejos del papel dramático de Fruitvale Station, galardonada en Cannes 2013. Y si las mejores líneas las tiene Miles Teller (Daniel, algo misógino y tramposo), en el centro de atención está Zac Efron. El ex High School Musical tuvo una enorme oportunidad de pegar un giro a su carrera, de la mano de Richard Linklater en la aquí no estrenada Me and Orson Welles. El californiano optó por el camino más corto y sencillo, y aquí está, mostrando sus músculos, haciendo morisquetas y ganándose al público femenino.
Son tres embaucadores, tres pícaros sinvergüenzas que protegen el corazón hasta que les estalla el pecho, pero no por una bala y sin una gota de sangre.