EL MÉTODO
El primer rasgo destacable de Las olas es la evidencia de un método. En este sentido, y dentro de las relaciones intertextuales que plantea con la literatura (Salgari, Stevenson, Verne), el protagonista Alfonso parece la Alicia de Lewis Carroll. Aquí, en vez de caer a un pozo, ingresa al mar y entonces asistimos a un mundo de tiempos cruzados, donde sus diferentes etapas de la vida estarán encarnadas por los personajes que se topa en el camino. El asombro nunca se apodera de él y el carácter sobrenatural de la situación está despojado de emociones. Se percibe un halo de inocencia y de irresponsabilidad infantil en este niño en cuerpo de hombre, y también un ente que halla en el torso desnudo y el traje de baño su naturaleza cómica. Los títulos de cada segmento, vinculados al imaginario de los libros de aventuras, refuerzan una mirada desprejuiciada ante el mundo.
Este recurso se sostiene por momentos a partir de un solapado uso del humor basado en el extrañamiento que generan los esporádicos intercambios gestuales y verbales. Hay, incluso, una saludable libertad que bordea el surrealismo y un aprovechamiento visual del espacio natural que engalana. Pero también están las consecuencias visibles y no necesariamente estimulantes, esto es, un manejo desangelado que agobia y el diseño de un personaje central sin matices, más forzado a confirmar un método que a cobrar vida en pantalla. De este modo, lo que prevalece es la explotación de una idea narrativa original cuyas formas se tornan recurrentes. Y quienes se atrevan a buscar interpretaciones simbólicas a partir de la presencia del mar y sus connotaciones, allá ellos. De igual modo ocurre con las vinculaciones que puedan establecerse con la literatura infantil, sólo una decorosa manera de utilizar separadores, porque el protagonista está a años luz de la vitalidad y la intensidad de un Sandokan o un Fogg. Más bien se mantiene en un registro monocorde y su aparente singularidad no puede evitar la pronta fecha de vencimiento.
Más allá de lo anterior, y como en todo viaje, hay paradas y paradas. Algunas funcionan, por ejemplo, aquella en la que dos carpas enfrentadas con dos chicas diferentes (una novia y una ex) se disputan su atención. Son atisbos de poesía en medio de un cálculo formalista que se vuelve lastre y que confirman la versatilidad y la capacidad lírica de este joven e interesante director que, en este caso, apuesta por lo lúdico y el azar con resultados dispares.