“Las Olas” fue estrenada en el reciente Festival de San Sebastián celebrado en el pasado mes de septiembre, y constituye el tercer largometraje Adrián Biniez, sucediendo a “Gigante” (ganadora del Cóndor de Plata al Mejor Film Iberoamericano) y “El 5 de Talleres”, respectivamente. El realizador bonaerense –radicado en Uruguay- consuma en su última obra un relato lacónico que intentará dar respuesta a inquietudes existenciales.
Con un elenco encabezado por los intérpretes Julieta Zylberberg, Alfonso Tort y Fabiana Charlo, “Las Olas” se configura como una propuesta fuera de lo común. Desde lo observacional a lo costumbrista, el registro cansino de la narración se adivina como un calmado oleaje que va construyendo un film experimental, que a su paso arroja buenas dosis de sorpresa mientras nos disponemos a adentrarnos en su mundo por demás particular.
Ese río de La Plata que divide las orillas de Buenos Aires y Montevideo es el escenario de esta historia, localizada en la entrañable metrópolis uruguaya. La historia utiliza al agua de mar como elemento transformador, mientras sigue la maduración de su personaje a través de las diferentes etapas de su vida (y sucesivas vacaciones), mediante constantes guiños nostálgicos acerca de la construcción de relaciones: desde las amistades de la niñez al noviazgo de adolescencia y de allí a la responsabilidad paterna. Nos encontramos ante un protagonista que va mutando a medida que el relato avanza y que necesitará de la complicidad del espectador para otorgar la cuota necesaria de introspección para hacer de esta aventura un momento revelador, como todo viaje hacia el interior de nuestro ser.
Absolutamente despojada desde lo técnico, “Las Olas” abreva su mensaje desde la concepción de la vida entendida como una gran aventura en donde prima la incerteza. Todos los acontecimientos que conocemos acerca de este personaje, nos hablan sobre sus motivaciones y construyen una radiografía pormenorizada de este ser bien singular. Por otra parte, el guiño fantástico a las novelas de islas y tesoros nos resulta elocuente acerca de las influencias literarias que son parte de la cosmovisión del autor.
Si bien el tono elegido para la actuación del protagonista (y la representación de las sucesivas edades que se nos muestran) no parece la elección más apropiada a fines dramáticos, nuestro héroe improvisado viaja hacia una dimensión onírica del que somos exclusivos acompañantes. La evocación como disparador emocional intenta, con mayor o menor atino a lo largo del metraje, hacernos partes de un naufragio emocional donde las mentadas olas otorgan un simbolismo evidente a esta indagación acerca del amor y el olvido. El secreto es descubrir que nos espera del otro lado de la orilla.