Mejor, cerremos la puerta
Camilo (Ignacio Giménez) es un chico de quince años que debe dejar su casa en el campo para ir a trabajar a la cosecha de la caña de azúcar. Al llegar se encuentra con otro mundo, con cosas que hasta el momento no conocía, como huelgas, patrones abusivos y crímenes.
Al poco tiempo de comenzar a trabajar encuentra a un hombre moribundo que le pide que cumpla su última voluntad y, como buen hombre de campo, Camilo se decide a cumplir la promesa que le ha hecho al muerto. La misión consiste en llevarle a una mujer la valija que el hombre cargaba al morir.
Hasta ahí tenemos una trama interesante, pero las acartonadas actuaciones, los recitados e impostados diálogos, y el melodramático tono en que esta contada la historia, convierte a la película en una puesta teatral llevada a cabo por un grupo amateur.
Una correcta fotografía y una cuidada reconstrucción de época no alcanzan para sostener una historia que pretende tener profundas reflexiones sobre el poder, el periodismo y la vida de los peones rurales, pero que por momentos no parece más que una telenovela, de esas en blanco y negro que nos hacen reir cuando las vemos en "Volver".