"Las ranas” de este tercer largo de Edgardo Castro son un grupo de mujeres que visitan a reclusos de un penal (en este caso, el de Sierra Chica). Mujeres jóvenes de las clases populares que por lo general viven en el conurbano bonaerense y sufren los golpes de la exclusión social, tan corrientes en un país en crisis permanente como el nuestro. El mérito evidente de esta tercera parte de lo que el director denomina “la trilogía de la soledad” (los otros dos films que la integran son La noche y Familia) es darle visibilidad a un tipo de historias al que la ficción nacional -sobre todo en formato televisivo- suele abordar con una lógica perversa: el primer objetivo allí no es reflejar un problema social sino sumar puntos de rating.
Con una sensibilidad diferente, Castro se acerca a estos personajes invisibles para el consumidor medio de cine de otra forma: los observa con paciencia, los acompaña, se balancea entre el pudor y la curiosidad de acuerdo a lo que sugiere cada momento y encuentra donde normalmente se dispara la crónica amarilla un puñado de historias de sobrevivientes cargadas de dignidad y belleza.
El trabajo de fotografía de Soledad Rodríguez es minucioso y muy eficaz para crear el clima que propone la película, incluso cuando arriesga con la apuesta de transformar un desangelado viaje nocturno en micro en un breve ensueño cromático, una fuga necesaria de la opresión cotidiana.