Tras La noche y Familia, Edgardo Castro estrenó en Visions de Réel un contundente, implacable y a su manera emotivo retrato de una joven de escasos recursos, pero enorme fuerza de voluntad, que debe sobreponerse a las carencias propias y de su entorno para sostener lo muy poco que tiene. Y lo hace con un registro honesto, muy íntimo y preciso, sin manipulaciones, complacencias ni demagogias.
Barbara (o Barbie, como la llaman varios) es una Rana. Así se las denomina en la jerga carcelaria a las mujeres que visitan a los internos en prisión. No son necesariamente sus novias o esposas, tampoco prostitutas. Hay relaciones que parecen un poco frías y otras mucho más apasionadas. Nuestra antiheroína tiene apenas 19 años, acaba de ser madre, vive con la criatura en una muy precaria casa del conurbano profundo y se gana la vida vendiendo medias en la Ciudad de Buenos Aires. Su “pareja” tras las rejas es un muchacho de 23 años del que muy poco sabremos en concreto.
Una vez por semana, ella y otras mujeres se toman un micro para viajar unas cuantas horas y visitar a los hombres de una cárcel que parece tener un régimen un poco menos rígido, más abierto que el de otras prisiones de máxima seguridad. Allí comen algo juntos y -claro- mantienen encuentros íntimos. También -como iremos viendo- están ligadas en algunos casos al tráfico de drogas y de celulares.
En ese fino e impreciso límite entre el documental de observación y la puesta en escena ficcional, con la colaboración de las productoras Pampero Cine y Gema Films y el aporte de la talentosa directora de fotografía Yarara Rodriguez, Castro sigue siempre de cerca, pero con sumo respeto (la cámara nunca resulta invasiva ni voyeurista), a Bárbara en su peregrinar diario: caminando, tomando el tren, yendo a la prisión, comiendo un chori y una coca en un bar u ofreciendo unas medias que muy pocos parecen dispuestos a comprar.
Austera (en algunos pasajes quizás un poco distanciada) y humanista a la vez, Las Ranas continúa esa línea que los hermanos Dardenne y otras películas recientes como La hija de un ladrón, de la española Belén Funes, marcaron y que -por suerte- otros continúan con la misma intensidad y rigor. Un film sobre el amor menos pensado hecho con suma sensibilidad y un lirismo jamás forzado.