¿Hay un western a la argentina? El estreno de Las rojas aparece como una posible respuesta afirmativa a este interrogante. Es cierto que un primer acercamiento al “género cinematográfico por excelencia”, tal como lo define el investigador y docente Eduardo A. Russo, nos lleva a una geografía (la de una parte del territorio de los Estados Unidos) y a una etapa histórica (la segunda mitad del siglo XIX) bien determinadas. Pero hay abordajes teóricos como el que hacen los franceses Astre y Hoarau todavía más amplios y útiles para agrandar las fronteras del género. Ellos identifican a un western a partir de una “doble verdad (que se convierte fácilmente en una doble mentira), histórica y mítica, factible y fabulosa”.
En este par de dimensiones simultáneas se pone en juego la historia que se cuenta en Las rojas con la ayuda inmejorable de otro elemento esencial del western: el paisaje. Inmenso, árido, majestuoso, bello y hostil, el paisaje precordillerano en el que se desenvuelve la acción también condicionará en más de una ocasión el comportamiento de los personajes y, al menos en un caso, es posible que también haya podido guiar buena parte de su transformación personal. En este sentido, el aporte de la excelente fotografía de Ramiro Civita resulta decisivo.
Esa figura es la de Constanza (Natalia Oreiro), una paleontóloga que parece haber dejado atrás una carrera muy prometedora para cumplir tareas administrativas nada simpáticas. La fundación multinacional en la que trabaja la envía a Mendoza para auditar el trabajo que desde hace tiempo viene haciendo Carlota (Mercedes Morán), una reconocida colega que lleva adelante con métodos bastante heterodoxos una investigación de campo demasiado extensa para los resultados obtenidos.
El primer encuentro entre dos mujeres que se desconfían mutuamente le sirve al talentoso director Matías Lucchesi (aquí con el aporte de Mariano Llinás en el guion) para volver a sus dos temas predilectos, ya esbozados en Ciencias naturales y El pampero: el encuentro inesperado entre dos seres bien diferentes que se ven forzados a estar juntos superando sus recelos y el viaje de descubrimiento que terminarán compartiendo.
La historia tiene un prólogo muy curioso, en el que vemos a Carlota como invitada de un programa de la televisión italiana dedicado a la ciencia, pero lo que comienza como la indagación de un hallazgo paleontológico merecedor de atención se convierte en un show basado en la búsqueda del golpe de efecto. Esa secuencia inaugural, risueña y casi paródica, contrasta con el tono áspero y desolado que irá adoptando el resto de la trama, como si quisiera mimetizarse con la escenografía natural del entorno.
Lo más interesante de Las rojas es todo el proceso de transformación que experimenta Constanza, a quien Oreiro personifica como una verdadera actriz de cine. Empieza mostrando una seguridad absoluta en sus palabras, pero de a poco se vuelca a expresarse casi siempre con la mirada y es a partir de allí cuando la vemos tomar decisiones que antes podrían resultar desconcertantes. A su lado, Morán transmite todo el tiempo la plena convicción de un personaje que parece tener todo muy claro y resuelto, porque sus decisiones se toman siempre en pos de un objetivo mayor que se revelará al final. Entre las dos se filtra la sinuosa y extravagante figura de Freddy (Diego Velázquez, impecable como siempre), cuya presencia en el relato conviene no revelar demasiado.
Las rojas es, en definitiva, un western contemporáneo de genuino color argentino que en medio de una historia apoyada en elementos reconocibles se permite jugar más de una vez (y sobre todo en los momentos exactos) con el mito y con lo fantástico. La trama se enriquece todavía más ante cada desplazamiento, sobre todo cuando las mujeres emprenden largas travesías a lomo de mula. La puesta en escena elegida por Lucchesi nos señala que esos recorridos son para sus protagonistas experiencias de reconocimiento mutuo.
El rodaje de esta película se hizo entre diciembre de 2019 y enero de 2020 en Potrerillos y Uspallata y durante un buen tiempo de preproducción tuvo otro título, Reinas salvajes. Hay que agradecer que después de un tiempo tan considerable y de todas las postergaciones impuestas por la pandemia se la haya resguardado para promover su estreno en los cines. Hay que verla en pantalla grande para capturar en plenitud el poder de sus imágenes, una atmósfera inquietante (por más que alguna escena no haya encontrado la resolución más precisa) y su espíritu aventurero.