Hay en “Las Rojas”, de Matías Lucchesi intenciones de trascender la idea con la que se vende desde el propio arte de la película. En el afiche Mercedes Morán y Natalia Oreiro, cual heroínas de algún viejo western hollywoodense, miran hacia afuera del espacio que delimita su presentación. Debajo de sus rostros, dos caballos montados por sus personajes y el rojo que inunda todo.
En ese mirar hacia afuera del cartel, Lucchesi se para a narrar este apasionante relato de opuestos, en donde dos paleontólogas deberán medir sus fuerzas hasta que, claro está, un hecho particular las unirá para conseguir el objetivo por el cual en un primer momento estaban en contraposición.
En una de las primeras escenas conoceremos a Constanza (Oreiro) llegando a un lugar de esos que ni siquiera los mapas lo tienen en cuenta, y mucho menos los choferes de los micros, quienes han retirado de sus prioridades el llegar a sus latitudes, priorizando los puntos más comerciales, por decirlo de alguna manera.
No sólo debe luchar para que la dejen bajar del vehículo, sino que, a continuación, y tras caminar horas para llegar a su destino, tendrá que lidiar con un hombre para que la lleve a su destino final, un campamento paleontólogo liderado por Carlota (Morán), una mujer con pocas pulgas.
Constanza llega antes, Carlota no la quiere ni ver, pero rápidamente la primera deja en claro su lugar de jerarquía y el motivo por el cual llegó allí, auditar los pasos y acciones que la paleontóloga viene realizando sin control alguno.
Y mientras lidian la una con la otra, la llegada de un tercero (Diego Velázquez, a este binomio, con intenciones non sanctas, que pondrían en peligro los pasos que Carlota viene haciendo hace años y que ha permitido que la fundación para la que trabaja perpetúe ganancias aún en las pérdidas del último tiempo.
Con esas premisas Las Rojas, avanza en un camino pocas veces transitado en el cine local, el de aventuras a lo Julio Verne, pero en la aridez de los paisajes mendocinos, y en donde el guion se permite dialogar con cuestiones de época que no van únicamente tras el empoderamiento femenino, sino, al contrario, se permite construir personajes falibles, por momentos débiles, pero que no se rinden ante los intentos patriarcales por doblegarlas.
Lucchesi filma con pericia las escenas, evidenciando su gusto por el género y por sus leyes, als que, respetadas al pie de la letra, tal vez, acartonan ciertas acciones de los personajes sin hacerse muchos cuestionamientos.
El duelo interpretativo entre Oreiro y Morán es único, el que, además, se ve reforzado por acciones pocas vistas en sus trabajos, que revelan su destreza desde montar a caballo a manejar armas.
Sin cuestionamientos morales, sus personajes transmiten, gracias a su labor, verdad, y en eso es en donde una propuesta como Las Rojas gana, como así también, en saber su potencia comercial y redoblar la apuesta con un final poco convencional, pero, por fortuna, atractivo y original.