Las Vegas es una comedia de enredos y (re)encuentros azarosos ambientada en Villa Gesell durante un fin de año. Hacia ese balneario viajan, cada uno por su lado, Laura (Pilar Gamboa) y Martín (Santiago Gobernori), quienes están separados, pero que cuando eran adolescentes se conocieron y engendraron allí a su hijo Pablo (Oliva).
Laura y Pablo, con todas las rispideces propias de una madre de 36 años y un muchacho de 18, se instalan en uno de los departamentos del edificio que da título a la película y, al poco tiempo, descubren que Martín está también en el lugar acompañado por Candela (Valeria Santa), su muy joven novia colombiana. El quinteto protagónico se completa con Cecilia (Camila Fabbri), una atractiva guardavida algo más grande que Pablo, que se convertirá en su objeto del deseo. Todo servido para una exploración -hilarante en un principio, emotiva después y nostálgica siempre- sobre las crisis de parejas, las diferencias (y algunas coincidencias) generacionales, las relaciones entre padres e hijos y el despertar sexual.
El film arranca con explosiones de humor absurdo (sobre todo cuando madre e hijo quedan varados cerca de Villa Gesell por desperfectos mecánicos en el micro que los lleva) que recuerdan al cine de Martín Rejtman y al Paul Thomas Anderson de Embriagado de amor. Sin embargo, poco a poco la película va frenando ese vértigo inicial para concentrarse en las relaciones entre los distintos personajes. Sin dejar nunca de lado el humor, pero también evitando el golpe bajo sensiblero, Villegas posa su cámara para explorar los traumas, las miserias personales y las cuentas pendientes entre padre e hijo y madre e hijo, mientras elabora las posibilidades propias de la comedia romántica de “rematrimonio”.
Para destacar, entre muchos otros hallazgos, la ductilidad de un elenco en el que “conviven” con fluidez la faceta más histriónica de Gamboa con la contención (mezcla de timidez, vergüenza y culpa) de los personajes masculinos de Gobernori y un convincente Oliva, revelación actoral de la película.
La dinámica propia de un balneario, la época de fin de año, las referencias musicales (Joy Division, Pixies), el ritmo y la dicción de los diálogos... Todo tiene su razón de ser en esta pequeña, melancólica y querible película donde el espíritu lúdico, su narración diáfana y cristalina, y la mirada humanista (y optimista) arrasa con cualquier signo de ironía canchera o cinismo. Un bienvenido regreso al clasicismo.