Al ver Las Vegas, la película que abrió el BAFICI, es difícil no imaginarse las palabras del guión y el sonido de un teclado. Las discusiones entre los personajes son como partidos de tenis. Van y vuelven los argumentos, las peleas, las recriminaciones. Pero lo que parece gracioso en la página no siempre funciona en frente de la cámara. La comicidad en el cine se construye a partir de la química entre los actores, la conversación muda de gestos y movimientos corporales, el ritmo del montaje, la cadencia de las voces. Y los diálogos punzantes de Juan Villegas, director y guionista, se suceden mecánicamente. Todo está demasiado armado y preparado para que salten chispas y explote el conflicto.
Laura (Pilar Gamboa) y su hijo Pablo (Valentín Oliva) pasan las fiestas en un departamento de Villa Gesell. Casualmente, en el mismo edificio, un piso más abajo, el ex de Laura y padre de Pablo, Martín (Santiago Gobernori), está veraneando con su flamante -y joven- novia Candela (Valeria Santa). Son obvios los ingredientes de este cóctel de incomodidad, celos, deseo y amargura. Y los personajes hacen poco para maquillar la situación. Pablo es hermético e inexpresivo, Laura es demandante con su hijo y celosa frente a Candela, Martín deja que todo fluya y nunca se hace cargo de nada, y Candela es una incógnita, porque el guión no desarrolla su personaje. Eso sí, sabemos que es colombiana porque Laura se lo remarca una y otra vez (nunca queda claro si Villegas entiende que la xenofobia de Laura no es simpática).
Así planteado el juego, los pelotazos verbales se lanzan sin tregua. Una chicana engendra otra; un reproche enciende otro. Eventualmente, tras tanta lucha, despunta la ternura. El resultado es un humor ocasionalmente forzado. Los personajes parecen estar obligados a decir lo que dicen. Y, sin embargo, esta afectación no deja de ser coherente, porque los protagonistas son tan caprichosos como la película. De alguna manera, si los diálogos nos suenan a veces artificiales, es porque el gran tema de Las Vegas es la dificultad de decir lo que uno realmente quiere decir bajo el aluvión de palabras inútiles que se desata en el intento.