Infeliz año nuevo
Lejos del murmullo y la frenética danza de los tragamonedas, lejos de esas luces artificiales para matar el tiempo y no salir del microclima de la codicia, Las Vegas no tiene nada que ver con aquella meca del juego tan frecuentada por el cine. Pero sí puede utilizarse -si se permite esta licencia- aquella frase retórica “lo que pasó en Las Vegas se quedó en Las Vegas“. Algo de eso rescata la parte melancólica del nuevo opus de Juan Villegas (Sábado), a pesar de su manifiesto estilo de comedia, que busca en cada gag, ya sea verbal o físico, entregar al cine argentino un digno ejemplo de película con letras mayúsculas.
Las Vegas del título se remonta a un edificio de la ciudad de Villa Gesell, es decir, podría haberse llamado Helsinki y el resultado hubiese sido el mismo desde el punto de vista conceptual. Aquello que no resulta indiferente es Villa Gesell como escenario elegido por el realizador de Los suicidas para contar básicamente una historia de afectos y vínculos, desarrollar una suerte de coming of age entrecruzado de algunos personajes, es decir, el de Pablo (Valentín Oliva), hijo adolescente de Laura (Pilar Gamboa) y su ex pareja Martín (Santiago Gobernori), quienes azarosamente coinciden en ese lugar de veraneo elegido para recibir un nuevo año. Y el de Martín y Laura como una pareja que desde muy jóvenes perdieron esa sensación de libertad adolescente o tardía adolescencia que ahora en un reencuentro en el mismo lugar donde se conocieron por primera vez casi dieciocho años atrás emerge con la misma energía que la chispa de ese amor abandonado por diferentes circunstancias.
Lo primero que debe decirse de la película de Juan Villegas es que no le sobra ni le falta un plano. Tampoco una coma o frase forzada en un guión muy meticuloso a la hora de construir diálogos por capas. A cada línea de texto, Villegas le superpone frases que sentencian o resumen emociones y todo se dice en un tono similar como a la pasada. A eso debe sumarse el ritmo de los diálogos, nada envidiable al de una sitcom para los casos del gag como el que da comienzo a la historia y que tiene a Pilar Gamboa y Facundo Oliva en el ojo de la tormenta para transmitir al espectador la ambiguedad de la relación entre ambos, por momentos discuten como hermanos o pareja cuando en realidad ella es la madre y su hijo la trata de un modo peculiar.
El film no puede empezar mejor que con una situación jugada al humor que solía aparecer en las películas de Martín Rejtman para definir con palabras cuánto equivale en términos de tiempo el lapso de un “ratito” de demora para abordar un nuevo micro y así llegar al destino vacacional.
Es en Laura y su desborde emocional, en su carácter impulsivo y confrontativo donde crece la idea de vínculo como madre joven y ex de un hombre que aún ama y para ello nada mejor que enfrentarla con la nueva novia de Martín, Candela (Valeria Santa), colombiana y más joven que ella, rival directa que auspicia las mejores técnicas de indirectas verbales en la batalla de egos por la atención del dubitativo Martín, quien aprovecha para reconciliarse con un hijo en pleno despertar sexual al cual dejó de lado por las propias torpezas de esa paternidad accidentada.
Sin embargo, la impulsividad de Laura se equilibra para no llegar al estereotipo del caso psiquiátrico o la bipolar del grupo cuando la tristeza o nostalgia se apoderan de su estado general. Ese es otro baluarte de Las Vegas, la sensibilidad con la que se retrata lo cotidiano, los vínculos familiares y las rupturas de esos vínculos por necesidades de crecimiento personal y de auto preservación.
Como dice el dicho: lo que pasó o pasa en Las Vegas solamente quedará en esta más que interesante película de Juan Villegas, con otra deslumbrante interpretación de Pilar Gamboa junto a un sólido reparto que completa un cuadro de comedia y drama, a la altura del gran cine.