La comedia argentina tiene una larga tradición, pero en los últimos años se volcó hacia vertientes demasiado inclinadas al costumbrismo y a cierto gesto televisivo exasperado y subrayado (que ha dado grandes resultados en la taquilla, por cierto): de ese lugar procura rescatar ese noble y feliz género (que no necesita que lo rescaten: es inmortal) Juan Villegas en su regreso a la ficción con “Las Vegas”, que muestra su habitual solvencia y sencillez abocada a su película más suelta.
Con un ojo en la comedia clásica hollywoodense, su economía narrativa, la humanidad de sus personajes, su melancolía y su esperanza, y el otro en la desfachatez de la Nueva Comedia Americana, Villegas teje una historia de dos padres separados de 35 años que no se deciden a ser adultos: a la deriva, la casualidad (o el destino) los ataca cuando se encuentran un verano, por casualidad, en Villa Gessel.
Ella es una brillante Pilar Gamboa, con un timing cómico ajustadísimo y una enorme capacidad para dar corazón a su personaje y evitar que su criatura volátil se vuelta caricatura. Él es Santiago Gobernori, el típico vagoneta con sueños de grandeza. Ella fue con el hijo de ambos (Valentín Oliva, más conocido como WOS, campeón de freestyle nacional y gran revelación); él con su nueva novia, una joven estudiante latina que revela que ya aflora en el esa crisis de la mediana edad.
De ese casual encuentro, puntapié para toda buena comedia, emana el descontrol posterior, narrado con enredos clásicos, burbujeantes diálogos y también con humor físico, que Villegas aborda sin miedo; pero, sobre todo, la cinta es narrada con gracia, sencillez y una ternura que crece a medida que los personajes se revelan (a sí mismos y al espectador) a la deriva, mientras coquetean la idea de revivir un viejo amor y de retomar el control del destino que les hizo una jugada que puede ser catastrófica o brillante.