High School Dramatical
Yo la escribo, yo la adapto, yo la hago. Algo así habrá pensado Stephen Chbosky al adaptar y llevar al cine su exitosa novela Las ventajas de ser invisible. En verdad, se trata de un caso curioso -y hasta patológico- de narcisismo si tenemos en cuenta además que el personaje principal es como un alter ego suyo: parece que el escritor y director volcó sus experiencias en el high school en este texto angustiante y existencialista sobre un adolescente con problemas de sociabilidad que decide pasar inadvertido en el colegio secundario para evitar la confrontación con el resto de sus compañeros. Claro que no lo podrá evitar y de ese vínculo que se forje con un grupo de compañeros más grandes que él, se nutrirá el relato. Y la experiencia de vida de Charlie, el protagonista en cuestión. Las ventajas de ser invisible es un film repleto de clichés, pero que encuentra algunos momentos lúcidos cuando se olvida del subrayado del relato de iniciación (el coming of age que le dicen) y se centra en la intimidad de los personajes. Es decir, el film de Chbosky -más escritor que director- está mejor hablado que contado.
Si hay algo que rescata a Las ventajas de ser invisible de caer en el olvido inmediato, eso es su relación directa con las películas de colegio secundario. Subgénero transitadísimo del cine norteamericano, Chbosky construye un relato que no se aparta demasiado de los códigos habituales, pero tiene el ojo como para ver algunos detalles interesantes y originales: salvo en el caso de Charlie, los padres son una presencia difusa aunque tangible en cada rastro de brutalidad emergente, y eso habilita a pensar la violencia adolescente como una consecuencia y no como una causa. Este asunto, la violencia de los adultos hacia los menores, repercute consciente o inconscientemente en cada acto: ahí vemos a Sam y Charlie con su imposibilidad de amar. Es en esa historia de amor donde la película brilla, y donde brillan además Logan Lerman y Emma Watson. Detrás de su fachada sensible y lustrosa (por momentos demasiado lustrosa), Las ventajas de ser invisible esconde una amargura absoluta y captura acertadamente ese instante crucial de la vida que cuenta.
Claro que los clichés son muchos, empezando por el típico profesor de literatura buena-onda, siguiendo por la experimentación con drogas y terminando por una banda sonora demasiado presente y subrayada. Aunque también es cierto que sin esos elementos el film perdería ese aroma a territorio conocido que nos permite vincularnos, sin dilaciones, con el núcleo de los personajes. A estos (el deportista exitoso, el gay, el introvertido, la chica bonita, etcétera) ya los vimos en cientos de películas, vayamos directo al grano: ¿qué les pasa? Por suerte Chbosky acierta en nunca juzgar a sus criaturas y en contar todo esto sin caer en solemnidades y con el mayor candor posible, aunque cuando se pasa de nostálgico y sensible su radiografía del colegio secundario se vuelve demasiado lavada, casi casi como ese Charlie que para evitar problemas quiere pasar desapercibido. Es que ser invisible, en el cine, trae aparejada la desventaja de la impersonalidad. Y ese es el peor pecado que comete Chbosky. No está mal, pero aprobó con lo justo.