Voy a hacer algo inusual y poco académico en la escritura de esta crítica. Todo abordaje de opinión se piensa en primera persona, pero no se escribe formalmente como tal. Aquí voy a escribir en primera persona. Pero no de una manera caprichosa, sino porque hay todo un recorrido que me lleva a hablar de Lasaña de mono, el cine mendocino y el periodismo de espectáculos; a través de una serie de saludables y necesarios cuestionamientos que he formulado en estos últimos años.
El film en cuestión me pareció un despropósito. Pero antes, y para no ser tildado de "cipayo de la cultura local", quiero resaltar que Mendoza ha ofrecido en estos últimos años películas muy nobles, que van de la taquillera road movie Road July, de Gaspar Gómez, a la notable Algunos días sin música, de Matías Rojo. Pasando por un cine con mirada de identidad de género en La pasión de Verónica Videla, de Cristian Pellegrini, o el premiado y exitoso documental Arreo, de Tato Moreno. En estos días, también se presentó en el Festival de San Sebastián la versión cinematográfica de La educación del Rey, originalmente craneada como miniserie de TV por el talentoso Santiago Esteves; y actualmente El Siete está presentando la entrañable y lograda serie Mamut, de Ariel Blasco y Matías Rojo.
Dentro de este contexo, ¿Lasaña de mono vendría a suponer una suerte de tropiezo en la producción local? Para mí, claramente lo es. ¿Los periodistas deberíamos hacernos los desentendidos y sólo publicar entrevistas o gacetillas del film?. Definitivamente, no. Hace un año, en una nota que escribí titulada El forzado destierro de la opinión, yo planteaba una serie de interrogantes: ¿No es curioso que en los medios de gran alcance no haya casi opiniones sobre espectáculos locales?¿Todo lo que aquí se hace es tan unánimemente brillante?¿Por qué el periodista de espectáculos hoy elige no cuestionar?
Y en esa nota, agregaba que dada una realidad de redacciones cada vez más diezmadas de integrantes, el periodismo local de espectáculos se ha limitado a la producción de entrevistas y publicación de gacetillas. Por lo tanto, la información que generalmente se publica, está relacionada solamente con la previa a la presentación de un espectáculo, como si allí empezara y terminara el proceso creativo.
Afortunadamente, este año, algunos medios gráficos y digitales volvieron a volcarse a las críticas sobre el nutrido menú que tenemos en Mendoza de música, teatro, cine, danza; y otras tantas expresiones. La multiplicidad de voces permite que no ejerzamos una cobertura renga, que ni siquiera llegue a cuestionar al espectáculo ya presentado.
En estos días, la periodista Eugenia Cano, a quien encuentro en múltiples coberturas periodísticas, publicó en Sitio Andino una elogiosa crítica de Lasaña de mono. Y celebro, más allá de no estar de acuerdo con su apreciación de esta película, la aparición de esta nota de opinión; cuando nuestros restantes colegas han optado (casi en su totalidad), por abordar el film solamente a partir de entrevistas a su director o protagonistas. Existe todavía una suerte de temor, tácito o explícito, a interpelar una producción local, que desde lo profesional sostengo es tan cobarde como innecesario. Tenemos periodistas de espectáculos en los medios mendocinos, que están capacitados para sobrepasar el ejercicio de la gacetilla o la entrevista. Y pienso que es atinado comprender que una crítica adversa no determinará el éxito o fracaso de una película. De hecho, está más que claro que tiene más poder persuasivo sobre el público la publicidad, o la invencible recomendación del boca en boca.
Ahora sí, entrando de lleno en Lasaña de mono, película craneada por tenaces realizadores a quienes tuve como alumnos en la Escuela de Cine, viene de cosechar premios en un par de festivales. En el Worldfest de Houston, el film local se llevó los premios Mejor película extranjera y el Premio Especial Remi del Jurado en el rubro Comedia negra. Dicho certamen, este año fue presentado por Rob Reiner (Cuenta conmigo y Cuando Harry conoció a Sally), y hace muchos años allí fueron reconocidos en los comienzos de sus filmografías referentes como Steven Spielberg. Poco más tarde, la producción local sumó el premio a Mejor Comedia en el Festival Internacional de Niza.
La sensibilidad y afecto con que el público internacional recibe a películas de diferentes rincones del mundo es muy dispar. Ciertamente diferente a la que se vivió en la función estreno de Lasaña de mono, el pasado jueves en el complejo Cinemacenter. Ya desde el comienzo, la película desafía todo límite de verosímil cuando escuchamos la charla telefónica entre un nervioso estudiante de veterinaria que busca un departamento (el debutante Nico Isuani) y un maligno trabajador de una inmobiliaria (Cristian Máximo Bucci). En plena era en que todo se chequea por internet, el estudiante es embaucado con un derruido monoambiente, al que el chico accede precipitadamente porque el negociador le dice que en el edificio hay muchas chicas. Suponemos entonces que el estudiante en cuestión será una suerte de joven depredador, pero no, es un nerd más bueno que Heidi y Lassie juntos.
El hecho de que la irrupción en pantalla del experimentado Darío Anís demore cerca de media hora, sobre expone al principiante Isuani a una serie de escenas en las que la película deambula entre el costumbrismo y algunas irrupciones oníricas. Luego, los dos personajes quedarán en la circunstancia de convivir bajo el mismo techo, tras la muerte de la propietaria del inmueble. Otro dato curioso: el inquilino le paga sistemáticamente el alquiler a ella, pero en el departamento aparece de manera omnipresente el agente inmobiliario. Pero estos apuntes de incongruencia, son apenas un detalle.
El verdadero descalabro de Lasaña de mono tiene que ver con su intención de apuntar a todas las vertientes posibles de la comedia, y errar sistemáticamente en cada una de esas apuestas. Durante el transcurso de la historia, el film se asoma a registros tan diversos como el coqueteo con bromas de humor negro, la tentación costumbrista, el momento escatológico, algún que otro ensayo de absurdo; y un par de instantes de tono sentimental. A medida que el relato avanza, da la sensación de que la película va entrar en un territorio de absoluto desmadre, cosa que sin dudas habría mejorado el resultado general de la propuesta; por más de que el film hubiese fallado en ese ejercicio de descontrol. Esa indefinición entre la soltura absoluta y una narrativa caótica que a su vez intenta ser organizada, es el principal desacierto de esta comedia.
En los rubros técnicos la película encuentra el refugio de profesionales como Máximo Becci, con un prolijo trabajo de cámara y dirección de fotografía; lo mismo va para el diseño de sonido de Lucas Kalik. El elenco ostenta notorios desniveles, y aún cuando Darío Anís tiene a su cargo algunos de los pasajes de humor más simpáticos, cierta tentación a pasarse de rosca, que obviamente no es responsabilidad del actor, sino del director; no posibilita el lucimiento total de su performance. La actriz Agustina Videla Raganato es la que sale más airosa de esta experiencia, desarrollando su personaje con absoluta solvencia. Las participaciones especiales de Gisela Campos y Marco Antonio Caponi no aportan demasiado al relato, pero destilan una bocanada de frescura.
Para cerrar este tour de force en primera persona, quiero compartir que al salir de la sala, con algunos colegas quedamos en modo desconcierto total. Dimos tres vueltas al complejo comercial La Barraca. De repente, todas las escaleras mecánicas subían. Al lograr bajar por unos peldaños a tracción humana, nos costó recordar en qué sector de la playa de estacionamiento estaba el auto. Al llegar a casa, quedé literalmente postrado en mi sillón durante un par de horas, con una indescriptible sensación de intoxicación y tristeza. El ágape previo a la presentación de la película estuvo exquisito y muy ameno. Claramente, el malestar no vino por ingesta desmesurada de sabrosos canapés. Y en medio de toda esta convulsionada marea, el enorme afecto que siento por Federico Santos y Daniel Jatib (director y productor de Lasaña de mono), quienes con su productora Puerta Amarilla y el aporte del INCAA y la Municipalidad de Godoy Cruz, pusieron toda la voluntad posible para que esta sea la primera película mendocina que logre estreno en los tres complejos de multisalas.
Federico Santos antes había realizado un film independiente que labró con mucho esfuerzo, La playa; y seguramente a puro tesón, seguirá generando nuevos proyectos.
En 2018, se estrenará en los cines la mencionada producción local La educación del Rey. Brindo por un cine mendocino diverso, y más allá de mi visión sobre Lasaña de mono, extiendo mi invitación para que todos vayan a verla y compartan su experiencia. La multiplicidad de abordajes críticos es saludable y vital. El punto de partida en todos los casos, está dado por el acierto o las falencias de cada propuesta. Y mientras más logros tengamos sobre nuestras pantallas, más motivos para que la producción local, en medio de un momento en que se debate fuertemente el apoyo del INCAA a las cinematografías regionales; encuentre el apoyo institucional y el seguimiento de público que merece.
Lasaña de mono
Ficha equipo técnico y artístico:
Dirección: Federico Santos
Producción: Daniel Jatib, Federico Santos.
Asistente de Dirección: Martín Saenz
Jefe de producción: Facundo Serio
Continuista: Margarita Morales Barón
Director de fotografía: Máximo Becci
Gaffer: Pablo Campanario
Camarógrafo: Maximo Becci
Foquista: Juan Landreau
Director de arte: Diego De Souza
Utilero: Oreste Sacchi
Vestuarista: Alienor Figueiredo
Sonido Directo: Martín Chiarpotti
Edición: Julio Quiroga Florez
Asistente de edición: Federico Santos
Diseño de sonido: Lucas Kalik
Guion: Federico Santos