Hace un tiempo que Kate (Emilia Clarke) no parece encontrar el rumbo de su vida. Luego de una seria enfermedad, su presente está guiado por el egoísmo y la despreocupación, dedicada con poco esmero a su trabajo en una tienda navideña, a asistir sin convicción a audiciones, a pasar las noches en casas de amigos o en citas con desconocidos. Es del melodrama que su familia le tenía preparado del que quiere fugarse, de las canciones tristes de la natal Yugoslavia, de la compasión de quienes la quieren. En ese limbo, Tom (Henry Golding) asoma por la ventana como el príncipe en bicicleta, casi demasiado perfecto para cualquier cuento de hadas.
Por fin a alguien se le ocurrió hacer una película inspirada en una de las mejores canciones de Navidad, "Last Christmas", de Wham! Sin embargo, no todo sale como prometía la idea. La película camina sobre una fina cornisa, en la que a veces hace pie y en otras amenaza con caerse al vacío. Siempre que se afirma es gracias al encanto de Emilia Clarke, a los chistes ingeniosos que desliza el guion de Emma Thompson, a la gracia con la que Paul Feig filma los clichés de la comedia romántica. Pero tambalea cuando se pone admonitoria, viste al romanticismo de serios discursos y nos enseña importantes lecciones de vida. El resultado es más aprendizaje que romance, reservándose para el final el as que guarda en la manga para lograr que, después de todo, cantar las canciones de George Michael valga la pena.