Una película para sumar al largo listado de historias navideñas, esas que se ven una y otra vez a pesar de saber hasta el hartazgo sus diálogos, y que en el desarrollo de su personaje protagónico apela a la nostalgia de George Michael y los buenos sentimientos para profundizar en la deconstrucción de la comedia romántica.
Katarina o Kate, como ella prefiere, es una joven que deambula por Londres sin saber qué hacer con su vida. A pesar de haber recibido un transplante de corazón, poco y nada atiende a esa situación, y prefiere pasar noches con desconocidos y cantidades industriales de alcohol, a sentarse y descansar pensando en que la vida le dio una segunda oportunidad.
Un día conoce a Tom, un misterioso caballero que la seduce con sus acercamientos y alejamientos, y mientras espera y decide qué hacer con su vida, la ficción avanza con humor negro, ironías y situaciones más cercanas a la nueva comedia americana que a la comedia romántica tradicional.
El camino de la heroína se verá plagado de obstáculos, de una necesidad de transformación para cambiar el destino, de la necesaria convicción sobre aquello que se está modificando para ser mejor persona con uno mismo y con el mundo, y de la irreversible atracción hacia el otro para terminar de cerrar el ciclo.
El guion hacia el final revela un detalle que tal vez precipita su desenlace hacia un lugar al que este cronista hubiese preferido nunca llegar, pero más allá de este punto, la originalidad de su apuesta a utilizar la música de Michael como tema, el histrionismo de Emilia Clarke como Kate, Michelle Yeoh como esa jefa de gran corazón a pesar de su rigidez, y Emma Thompson como esa madre sobreprotectora que además lucha por su lugar en una Inglaterra cada vez más expulsiva, hacen de “Last Christmas” la excusa perfecta para soñar con una Navidad de 365 días rodeados de afectos, aquellos que, sin dudas, son los que valen.