El psicópata pequeño burgués.
Latidos en la oscuridad, traducción local de Bad Samaritan, entrega una premisa interesante y un planteo directo a la columna del género del thriller pero lamentablemente se desinfla por su propia pereza a la hora de definir ciertos lineamientos y evitar el trillado cúmulo de vueltas de tuerca para tapar los evidentes baches de un guión al que le faltan varios puntos de cocción.
Tratándose del segundo opus de Dean Devlin, quien nunca ha demostrado alguna habilidad en el arte de la dirección, el exceso es el denominador común, tanto en lo que hace a las sobre actuaciones y a la pésima manera de marcar esas pequeñas atribuciones o rasgos que definen personajes. Claro que si nos encontramos frente a un puñado de personajes unidimensionales mucho no se podía esperar de ese aspecto que para el desarrollo de la trama resulta sumamente importante cuando la búsqueda de la tensión en un derrotero de caza de gato y ratón se llevan la gran parte de responsabilidad.
Así las cosas, el relato nos sumerge de inmediato en un callejón sin salida para el protagonista, un muchachito que tiene junto a su compañero un sistema aceitado para robar en casa de clase alta durante la estadía de una cena en un restaurante de élite valiéndose de los gps de los vehículos de alta gama que tienen a su cuidado como valet parking. En ese lapso, la comunicación por celular resulta imprescindible y cualquier intento de demora para que los comensales no busquen su vehículo más temprano recae en la habilidad del secuaz latino que hace las veces de campana. Intrusar casas ajenas, llevarse objetos de valor, dinero e incluso estafas con tarjetas de crédito es moneda corriente para estos valet parkings hasta que se meten en la casa equivocada y con la víctima equivocada.
Sin espoilear para aquellos que disfruten de las grandes películas de suspenso comenzando por el maestro Alfred Hitchcock encontrarán en este mamotreto una ofensa tras otra, mientras que para los menos exigentes o poco ávidos en este tipo de propuestas la garantía de entretenimiento no caduca, salvo en el último tercio donde realmente Latidos en la oscuridad pierde toda sorpresa.