Máscaras
Severino, el actor del que se cumplen 10 años de su muerte y por el que ex mujeres, hijas y demases se reúnen en un pueblito de Italia para conmemorarlo, portó durante toda su vida una máscara. No sólo la actoral, sino también una personal, que le permitió ser un norte indudable en la vida de un grupo de mujeres que ahora, con el paso del tiempo, estarán dispuestas a pasar(se) factura y pasarle factura al difunto y seductor. Pero Severino, a los ojos de la directora Cristina Comencini, es también una máscara funcional para hablar del otro gran tema que Latin lover termina esquivando, lamentablemente: el cine italiano, su historia, sus íconos, especialmente Mastroianni y Gassman, y una recorrida por sus estéticas, de la comedia a la italiana, al spaghetti western o los dramas existenciales a lo Antonioni. Eso, que preside el divertido prólogo del film, es dejado de lado para centrarse en los reproches múltiples de la disfuncional y multinacional familia: italianas, sueca, francesa, españolas, yanqui.
Tal vez la idea más feliz que tiene Latin lover entre el repertorio de gestos ampulosos y gritos que exhibe el elenco femenino como un intento de comedia italiana clásica, sea que el personaje clave, aquel que viene a romper la tensa paz, un tal Pedro (Lluis Homar), es el actor que hizo de doble de riesgo de Severino en sus películas de acción. Es decir, la máscara absoluta, aquel que simula en planos lejanos al otro, el cuerpo (incluso el que pone el cuerpo por el otro), la estirpe, lo físico inherente al cine. En ese pequeño gesto hay una referencia cinematográfica interesante sobre el ego y el narcisismo, que es al fin de cuentas el gran tema detrás de todo el film de Comencini. Allí donde las ex mujeres y las hijas exponen todo por medio de la palabra, Pedro lo hace gesto, imagen, sugerencia. Es una pena, por tanto, que la directora no termine por entender cuál es el camino más interesante y se pierda en una serie de discusiones registradas con un aire teatral que empantana la narración.
Latin lover sufre de muchas de las cosas que padecen las películas con elencos gigantescos en estrellas, especialmente las comedias: la necesidad de que cada una tenga su momento de lucimiento, cierto aire de improvisación en los diálogos como esperando la genialidad, actuaciones dispares que hacen fluctuante el nivel de interés, la simulación de felicidad y alegría a la que el espectador rara vez es sumado. Virna Lisi, Marisa Paredes, Angela Finocchiaro, Valeria Bruni Tedeschi, Candela Peña por momentos se amontonan adentro del plano, sin un sentido coreográfico ni pertinencia coral.
Así las cosas, Latin lover vuelve a acomodarse cuando Pedro retoma las acciones y con un gran monólogo de alguna forma confirma cómo la máscara sólo puede ser reconocida por su doble. Juego de apariencias al que la película suma la apariencia mayor: eso de parecer graciosa, pero no serlo nunca. El cine italiano por fuera de sus dos o tres autores de referencia sigue padeciendo por su mezcla de nostalgia y regreso eterno a un pasado idílico, que le impide soltar la mano y pensar un espacio presente y futuro renovado y original.