Después de una carrera como referente ineludible de la animación local, ya desde los cortos de El niño malcriado y Mercano el Marciano, Ayar Blasco estrenó El sol (2009), su primer largometraje oficial como director (en el largo de Mercano el Marciano de 2002 figuraba en los créditos como Director de Arte, mientras Juan Antin figura como único director, algo que Blasco cuestionó y luego prefirió superar). Allí, en ese nuevo debut, se mostraba un mundo post-apocalíptico a través de un relato absurdo y lisérgico donde el fin de la humanidad, en palabras de su autor, no era visto como algo negativo. Lava, su segundo largo, muestra esta vez el apocalipsis en vivo y en directo a través de una invasión extraterrestre que toma el control de los medios audiovisuales para así hipnotizar a la población e ir tomado el control del planeta. Débora (Sofía Gala Castiglione, colaboradora habitual de Blasco) es tatuadora y la noche del desembarco la sorprende en una reunión con amigos. A partir de allí el improvisado grupo se verá envuelto de manera inesperada y vertiginosa en una trama donde Débora tendrá un inesperado protagonismo ya que en esta situación el mundillo de los tatuadores adquiere un papel destacado.
Se podría decir que temáticamente hay una continuidad entre ambos films, pero a la vez Lava es un objeto sensiblemente distinto. Donde El Sol era puro delirio y anarquía, una propuesta desenfadada que tomaba libremente elementos del subgénero post-apocalíptico para llevar su historia a terrenos imprevisibles, acá tenemos un relato más clásico y de algún modo más contenido (solo un poco, tranquilos). Esto parece deberse en parte al mayor rol que adquiere en este film Salvador Sanz, otro gran artista del cómic argentino de los últimos años. Uno estaría tentado de decir que se trata de una feliz coincidencia, dos potencias que se saludan, pero lo cierto es que esta colaboración no es nueva ya que ambos vienen trabajando juntos desde hace tiempo. Sanz hizo storyboards para El sol y si nos ponemos a escarbar podemos remontar su relación a cuando compartían páginas en el legendario fanzine Catzole allá por los 90.
Aquí Sanz da un par de pasos al frente. En principio como co-guionista junto a Blasco y Nicolás Britos (quien participó de otros proyectos del fantástico local como El muerto cuenta su historia, Kriptonita y Nafta Super). Lava se siente más como una confluencia de esos dos universos parecidos y diferentes. El delirio y el humor absurdo de Blaco y la ciencia ficción oscura de Sanz, quien ya recurrió a las historias apocalípticas en Legión o El esqueleto. La amalgama es también gráfica y ambos se reparten además la responsabilidad del departamento de arte de la película, Blasco como Director de Arte y Sanz como Supervisor además de aportar algunos elementos de su estilo que se reconocen y diferencian metidos dentro del particular y personal universo de Blasco. Siendo ambos muy distintos, uno diría casi opuestos, se complementan asombrosamente bien. De hecho el estilo de trazos rápidos de Blasco es engañosamente simple y para comprobarlo basta prestar atención a la complejidad del entorno y la cantidad de detalles, muchas veces con jugosos guiños.
Se trata entonces de una historia de invasiones extraterrestres, argumento tan caro al cómic y el cine de ciencia ficción, aunque con elementos extraños que nos recuerdan que en el mundo de Ayar Blasco las cosas son más desconcertantes. Como esos gatos gigantes que aparecen después de cada transmisión alienígena, adorables y monstruosas criaturas que obviamente se posan en los tejados y se pueden ahuyentar con agua. El relato avanza en la medida que los protagonistas tratan de averiguar quiénes son los invasores y se encuentran con una posible resistencia, pero a la vez toma desvíos que lo llevan al terreno del puro absurdo que ya le conocemos a su autor y a un costumbrismo ente patético y desopilante plagado de diálogos vergonzosos y situaciones incómodas como las que Blasco viene explotando genialmente con su personaje del Ratón Disney (que aquí hace un cameo breve y epidérmico).
Toda obra de ciencia ficción local, en cine o cómic, en su forma pura o como parodia, y más si toma el subgénero de la invasión alienígena, no puede evitar la sombra monolítica de El Eternauta. Lava no es la excepción y tampoco trata de esquivar la referencia. Del mismo modo que en el clásico mayor de la historieta argentina, aquí la invasión se desata en una Buenos Aires cuyas calles son claramente reconocibles. Las escenas de fantasía y destrucción transcurren en escenarios que el espectador local camina todos los días, lo cual le añade un encanto extra. Y si la invasión se da a través de las pantallas de los medios audiovisuales, la voz de la resistencia circula en la forma de un fanzine. Una metáfora quizás demasiado transparente pero que tampoco sus autores se toman muy en serio cuando destacan que la ventaja del mismo está en su precariedad y su mala distribución. Lava reivindica el poder de la historieta de manera explícita. Oesterheld seguramente estaría orgulloso, quizás un poco desconcertado, probablemente ambas cosas.
LAVA
Lava. Argentina, 2019.
Dirección: Ayar Blasco. Intérpretes: Sofía Gala Castiglione, Justina Bustos, Martin Piroyansky, Ayar Blasco, Bimbo, Dario Lopilato, Martín Garabal. Guión: Salvador Sanz, Ayar Blasco, Nicolás Britos. Dirección de Arte: Ayar Blasco. Supervisión de Arte: Salvador Sanz. Dirección de Animación: Sebastián Ramseg. Música: Emisor. Postproducción: Damila Veniani, Agustina Tuduri. Producción Ejecutiva: Jimena Monteoliva, Florencia Franco. Coordinación de producción: Federico Peña.Duración: 67 minutos