"Lazos de familia", de Ken Loach: la “uberización” de la economía
La película más reciente del director inglés desnuda que aquello que se viste de "emprendimiento" no es más que una nueva forma de precarización laboral.
Dos veces ganador de la Palma de Oro en el Festival de Cannes gracias a El viento que acaricia el prado (2006) y Yo, Daniel Blake (2016), el realizador británico Ken Loach ha construido una filmografía que, a lo largo de más de medio siglo –su ópera prima, Poor Cow, data de 1967– puso el foco casi siempre en los usos y costumbres de los sectores más populares de la sociedad isleña. Sus protagonistas suelen ser hombres y mujeres laburantes, de esos que llegan con lo justo a fin de mes, si es que llegan. Personajes de sueños truncos cuyo principal problema es el trabajo (o la falta de él) y que aspiran a parar la olla con honestidad e hidalguía, dos adjetivos aplicables a la manera con que Loach suele mostrarlos, siempre y cuando no se imponga la voluntad de denuncia y terminen siendo meras piezas al servicio de la indignación ajena. Tal es el caso de Lazos de familia, su último trabajo y parte de la sección principal de la edición 2019 del festival francés, que a estas alturas de su carrera es como el patio trasero de su casa.
Escrita por su habitual colaborador Paul Laverty, Lazos de familia es la película de Loach sobre la “uberización” de la economía: desnuda que aquello que se viste de "emprendimiento" no es más que una nueva forma de precarización laboral. Una precarización que aquí asoma como un destino manifiesto, como el inexorable punto final para el buenazo de Ricky y su familia. El hombre promedia los cuarenta e hizo trabajos de todo tipo y color, como cuenta en la entrevista laboral de la primera escena. Su objetivo es ingresar a una empresa de entregas puerta a puerta bajo la promesa de buenos ingresos. Claro que para eso necesita una camioneta que no tiene o alquilársela a la empresa y, por lo tanto, reducir considerablemente su tajada del botín. La decisión, consensuada con su esposa, es vender el auto para comprar un vehículo utilitario. Un problemón para ella, que trabaja como enfermera a domicilio y desde ahora deberá cumplir con su cargada agenda en el transporte público.
El problema para Ricky (el desconocido Kris Hitchen) es que, oh sorpresa, como trabajador le corresponde cargar con todos los gastos. ¿Le roban el cargamento? El seguro cubre la mercadería, pero no el dispositivo de GPS: 500 libras menos de ingresos. ¿Tiene que pedirse un día por un asunto familiar de urgencia? Cien libras de multa ¿Quiere hacer los repartos con su hija? No puede porque los clientes se quejan ¿Se rompe la camioneta? A pagar el arreglo con sus (nulos) ingresos. Más endeudado que antes de empezar a trabajar, Ricky debe enfrentar, además, la rebeldía de su hijo adolescente y la fragilidad de la hija de once años que no hace más que absorber las discusiones entre sus padres y el aire fatalista que los envuelve. Pero Ricky es un hombre de madera dura, un toro que avanza hacia adelante con nobleza y un genuino deseo de progreso tanto para él como para sus hijos. A Loach, sin embargo, poco parece importarle, y le depara una acumulación infinita de sinsabores: es como si ensañara con él simplemente para corroborar su hipótesis de que el mundo laboral contemporáneo es, para un amplísimo sector de la población, una batalla diaria por la supervivencia. Chocolate por la noticia.