Lazos de sangre pone en escena un relato negro, duro y puro, con ciertas actualizaciones interesantes.
La tradición de la novela negra en Estados Unidos se fundó contemporáneamente al advenimiento de la depresión económica, conocida como la crisis del ‘30. Suena razonable, entonces, que este tipo narrativo pudiera reaparecer en estos tiempos de reaparición de la crisis financiera. Uno de los hechos reflejados con interés, dentro de las tramas policiales, son la consecuente concentración de riquezas y el crecimiento de la pobreza, especialmente en sectores marginales de la sociedad. Esta película se instala perfectamente en esa tradición.
Lejos del escenario urbano que caracterizó a aquellas historias, Lazos de sangre pone en escena un relato negro, duro y puro, con ciertas actualizaciones interesantes. No hay dudas que esta película de Debra Granik puede emparentarse perfectamente con las obras de Jim Thompson. El ámbito rural como escenario y encierro, la rudeza de los personajes, las drogas como en aquel el alcohol, y la decadencia de todo un pueblo, son rasgos que marcan esta película en relación con la obra del autor de 1280 almas.
La joven Ree tiene apenas unos días para encontrar a su padre, como único modo de no perder la casa en la que vive con sus hermanos menores y su madre enferma. Durante un tiempo él estuvo preso por manejar cocinas de crack. Ya en libertad condicional ha puesto su casa como fianza. Si no se presenta, la casa será entregada al “fiancista”. Encontrarlo, vivo o muerto y llevarlo ante la justicia, es la única posibilidad que le asiste a esta dura chica de 17 años. Para lograrlo deberá pedir ayuda a amigos algo machistas, parientes drogones y enfrentarse con enemigos de su padre, un clan solidario y ciertamente temible.
La película es puro camino. Un camino que entre los bosques de los montes Ozark parece más un laberinto que un lugar espacioso y abierto. Un camino en la reconstrucción de los pasos de aquel hombre, que también es un misterio y un sentimiento vacío en la joven. Y porque no, un camino a ningún lugar, un lugar al que se quiere y no se quiere llegar, pues todas las alternativas parecen malas desde una u otra perspectiva.
Entre las actualizaciones que definen el lugar de la directora en relación con la tradición negra, lo que más se destaca es el giro de género que le imprime a la trama. Lazos de sangre es una película de mujeres rudas. Como si hubiera una cruza extraña entre la novelística de Thompson y la aridez de cierto teatro de García Lorca, las mujeres son centrales en el oficio del poder. Los hombres son casi ausencia pura. Ellas asumen el viejo rol de los matones, de los que cuidan a los jefes. Y lo ejercen con la contundencia necesaria. Pero también son quienes toman las decisiones y llevan a cabo las tareas más terribles. Y constituyen el clan, la familia.
Hay un par de gestos interesantes en el trabajo de realización que valen destacar: el modo en que la policía se pone al costado en la historia, y cierto rasgo atemporal de la misma. El único agente que participa de la trama, claramente se mantiene al margen, sabiendo, calculando o temiendo las consecuencias que pueden desatar la citación que a él le toca notificar. Esta condición es muy apropiada para el tipo de relato que Granik construye. La atemporalidad sostiene un registro “alla tragedia” moderna, que no deja de ser interesante.
Candidata al Oscar indie, Lazos de sangre nos presenta a un par de mujeres a las que probablemente valga la pena seguirles la carrera: Debra Granik, su realizadora, y su protagonista, la joven Jennifer Lawrence.