Missouri Breaks
Las cosas no andan bien por casa de Ree. La chica tiene apenas 17 años, pero ya está a cargo de todo: de sus hermanos menores, que no van al colegio y casi no tienen qué comer; de su madre, que parece postrada y muda desde siempre, refugiada apenas en su triste álbum de recuerdos; y de un hogar que hace rato dejó de serlo, cuando el padre de Ree los abandonó para ganarse la vida con la única fuente de trabajo que aparentemente hay en la zona: la droga. Es un invierno crudo en las montañas de Mi-ssouri, el frío aprieta y en la olla no hay mucho más que poner que unas pocas papas. Pero Ree tiene todavía algo más urgente que hacer: encontrar a su padre para que se presente en una Corte Federal. Alguien puso una fianza por él y él puso como garantía lo único que le queda a Ree: la casa. “Y sin la casa ya no voy a poder sostener todo esto”, desespera. El problema es que el fugitivo no aparece y se empieza a escuchar el rumor de que podría estar muerto...
Estrenada en el Festival de Sundance del año pasado y exhibida inmediatamente después en el Forum del Cine Joven de la Berlinale, Lazos de sangre no es la clase de película que suele encontrar un lugar en el corazón de la Academia de Hollywood, pero sin embargo logró colarse en el pelotón principal, con cuatro candidaturas al Oscar: a la mejor película, actriz protagónica (Jennifer Lawrence), actor secundario (John Hawkes) y guión adaptado (Debra Granik y Anne Rosellini, sobre novela de Daniel Woodrell). La directora Debra Granik (Cambridge, Massachusetts, 1962) proviene del campo del cine independiente y éste es recién su segundo largo, en el que demuestra un buen pulso como narradora.
Su película empieza sin dilaciones, en el centro del problema. Cuando la cámara se topa con Ree (Lawrence) ella ya tiene el agua al cuello y a partir de allí da la impresión de que no dejará de hundirse. Sin embargo, Granik no precipita los acontecimientos. Se toma su tiempo para dar una pintura de ambiente y, de paso, ir introduciendo personajes secundarios: una amiga que tiene la misma edad de Ree y ya carga con un bebé en brazos; unos sórdidos vecinos, más interesados que solidarios; un tío de naturaleza violenta (Hawkes), que sabe más de lo que dice acerca de su hermano desaparecido. También rondan por allí un sheriff que no quiere arriesgar su pellejo, un cazador de fianzas y una familia dedicada al crimen que no parece tener nada que envidiarle a la de Ma’Grissom.
Todos estos personajes le dan a Lazos de sangre una tonalidad tirando a negro, pero un noir más bien rural, un poco en la tradición de miseria, sordidez y violencia de la literatura de Jim Thompson. Pero a diferencia de las impiadosas novelas de Thompson (como 1.280 almas), aquí hay un personaje positivo, un eje moral: Ree hará todo lo que tenga que hacer por salvar a su familia. Y, curiosamente, cada uno de los descastados de ese valle perdido de Missouri, al margen de la ley de Dios y de los hombres, la ayudarán en su cometido, aunque en el camino la vayan marcando a golpes y le dejen como recuerdo unas cuántas cicatrices.
Ya en catálogo del Forum de la Berlinale, Granik sugería el carácter de cuento de hadas de Lazos de sangre, la manera en que Ree tiene que encontrar su camino en un bosque espeso y repleto de oscuras acechanzas. Hay algo de eso, sin duda, también en los bellos rizos dorados de la jovencísima Jennifer Lawrence, que debe vérselas con los ogros malos y feos de la zona. Pero al margen de esta lectura, que enriquece la visión de la película, no se puede evitar la impresión de que Lazos de sangre termina estilizando demasiado el realismo sucio que utiliza como material de base. Hay algo impostado, no del todo verdadero en el film de Granik y que proviene de sus elogiadas actuaciones, que le consiguieron precisamente dos de sus cuatro nominaciones al Oscar. Se notan las composiciones: el esfuerzo de Lawrence por lucir sufrida o el de Hawkes por parecer amenazante. Y esas convenciones y estereotipos son los que valora la Academia de Hollywood.