Cine chico, infierno mediano
Con las películas nominadas al Oscar pasa algo curioso. Uno, postmoderno, ya descree de la importancia de estos premios. Pero, contradictoriamente, sigue esperando algo de aquellos films que son nominados. Más aún, cuando como en el caso de Lazos de sangre ha sido la niña mimada de cuanta celebración del cine independiente norteamericano haya habido a lo largo de todo 2010, cosa que se termina coronando con la candidatura al Oscar a Mejor Película y con unas críticas que la ponen por el cielo. El film de Debra Granik es sí un intenso drama rural, un crispado thriller que recorre géneros de manera tan natural como sorpresiva, pero también es cierto que resulta en su derrotero plagado de tiempos muertos y universos entre sórdidos y misteriosos algo reiterativa y redundante, estancada y poco vital y, fundamentalmente, previsible. Quienes hayan visto más de una de estas pelculas independientes norteamericanas de pueblos olvidados y polvorientos, reveses evidentes del sueño americano, saben que esa progresión dramática conducirá inevitablemente a la violencia.
Ahora, todo esto, ¿es así o sólo lo cuestionamos porque el film está nominado al Oscar? ¿Le exigimos más a Lazos de sangre que lo que puede y sabe dar? Porque, en líneas generales, entrega bastante. De hecho, sabe contrariar algunas de esas reglas que parece cumplir: cuando hablamos de esa violencia que irá apareciendo progresivamente, también es cierto que el film amenaza constantemente con una olla a presión que no termina de explotar nunca. El ejemplo más preciso es el personaje del tío de la protagonista: recordemos, hay aquí una chica, Ree (Jennifer Lawrence), que busca a su padre, vendedor de drogas y desaparecido, para que vuelva y se haga cargo de una hipoteca sobre su casa de clase baja de Missouri. El tío (el notable John Hawkes), un tipo imprevisible y siempre al borde del desborde, es la mejor representación que da la película de aquellas atmósferas contenidas que nunca terminan por estallar. La actuación de Hawkes es notable, porque a ese personaje límite le quita todo el aspecto excéntrico y sobreactuado habitual, y lo compone desde la sobriedad y la rugosidad.
Lo dicho, Lazos de sangre es un drama rural independiente, pero al cual Granik subvierte a partir de la recurrencia a géneros que desfiguran la aparente normalidad y transparencia. Partiendo de aquella historia de vínculos rotos, de disfuncionalidad familiar, la investigación que lleva adelante Ree puede verse como un policial negro, un neo noir muy en la senda de los Coen de Simplemente sangre o Fargo, pero, además, sobre el final la atmósfera de la película se va enrareciendo y acercando a un registro que la acerca decididamente al cine de terror. De hecho, Lazos de sangre juega con elementos típicos del horror setentoso: hay un pueblo, hay una comunidad, hay una comunidad que lentamente se va mostrando perversa a través de la asimilación de un secreto, y hay alguien inocente metido en medio de todo esto (de hecho hay un guiño cinéfilo con la aparición de Sheryl Lee, la Laura Palmer de la hiperbólica Twin Peaks). Pero, así como el policial y el terror juegan para enrarecer el drama familiar, a su vez el marco, el registro más realista que ficcional, ayudan para que también esos géneros sean releídos desde otro lugar.
Y tal vez el acierto mayor del film de Granik sea el de poner no sólo en el centro del relato a una mujer, sino que además los personajes que parecen tomar las riendas en este universo podrido y hermético, sean también mujeres. Hay hombres, hay tipos hoscos de pocas palabras que resultan ejecutivos -por ejecutantes-, pero que no son quienes sostienen el misterio, la tensión, quienes conocen los pliegues del pueblo al borde del sistema. La búsqueda del padre, la casi ausencia de hombres y de maridos -los que aparecen son un verdadero desastre-, habla de cierta crisis viril, de mujeres haciéndose cargo de aquellas tareas que corresponden a los caballeros, poniéndose en el centro de la investigación policial, de lo macabro del terror. La ausencia y necesidad del hombre, no como búsqueda y reconfirmación de una sociedad patriarcal, sino como mostración de su decadencia. No es casual que reiteradamente le pregunten a Ree por la presencia de un padre, de un novio, de una figura que con su virilidad pueda hacerse cargo de las difíciles circunstancias que le tocan atravesar. ¿También de los géneros?
Hasta aquí son todos, aparentemente, elogios para Lazos de sangre y uno se pregunta cuáles son los problemas de la película. Ahí vamos. Primero, que en el film son más interesantes sus partes que el todo. Estos elementos, unidos, no logran construir un relato atractivo y cohesivo, que genere interés en el espectador por lo que va a pasar. Si bien es cierto que inteligentemente Granik (adaptando una novela de Daniel Woodrell) mantiene el misterio sobre el destino del padre como un rumor, un murmullo y que en definitiva nunca sabemos muy bien qué pasó, también es cierto que la investigación es desvaída, deshilachada, fluctuante. Además, que la reiteración en ese “todo el mundo sabe algo pero nadie dice nada” resulta por momentos forzada y reiterativa. Y, lo que resulta menos logrado -y más preocupante- de Lazos de sangre es que en definitiva Granik cree que la mostración tiene un valor en sí misma. Uno puede leer el film por sus vericuetos genéricos, pero también en un segundo plano se observa esa América profunda que se le suele a escapar a Hollywood. El tema es que la directora expone, muestra, explicita visualmente las miserias y lo ruin de ese universo. Y el asunto es que no hay mucho más que un concepto explotado ya miles de veces por el cine independiente norteamericano. Casi un leit motiv estético que termina revelando, además, la excesiva escritura de la película y la impostación de sus actuaciones. Lazos de sangre no sólo es una película independiente, sino que “está hecha” como una película independiente. No es una película que irrite particularmente, pero sí que está muy lejos de la calidad que su importancia autoimpuesta quiere hacernos creer.