Criaturas marginadas, amenazadas.
Lazos de sangre es una película rotunda, que golpea al espectador con sus implacables imágenes y situaciones. Es un recordatorio de cómo el cine puede ser un poderoso instrumento de denuncia, sin dejar de ser arte. No escribe ninguna página nueva en la historia del celuloide, pero sí es un testimonio poderoso. Es una película independiente, pero su poder no reside en el montaje, la fotografía o cualquier otro aspecto técnico. La atmósfera, el clima que construye Debra Granik es lo esencial: un mundo donde cada uno lucha por su cuenta.
Jennifer Lawrece es Ree, una jovencita de 17 años cuya principal preocupación es cuidar de sus dos hermanos menores. La madre está enferma y el padre, desaparecido, ha dejado deudas. Si Ree no consigue que su padre se presente ante la justicia, la casa será deshabitada. Entre la montañas de Ozark, el frío invernal no perdona a ninguna criatura. Los vecinos están al acecho: quieren quedarse con uno de los hermanitos. El hambre y la pobreza se resienten cada día más. Son criaturas indefensas, sumidas en un mundo lleno de peligros. Para más, el Sheriff que le da la advertencia a Ree, insinúa que su padre podría estar muerto: estaba involucrado en negocios con drogas.
A partir de allí, Lazos de sangre se devela como un inteligente y crudo policial. Ree es la detective y el tiempo, el mayor enemigo. Hay una secuencia bastante estilizada, muy bonita, en blanco y negro, que divide estéticamente a la película. Aparentemente, sin sentido, Debra Granik inserta imágenes de árboles secos, motosierras que los tiran abajo, y ardillas huyendo del caos. Es fundamental y se relaciona con una secuencia que vemos antes: Ree tiene que enseñarles a sus hermanos menores que la vida es dura, y que deberán hacer muchas cosas que no son de su agrado. Para ello, decide cazar una ardilla. No solamente es duro matar al animal, sino que peor aún es comerlo: hay que arrancarle (literalmente) las tripas.
Ellos son los depredadores y las presas. Las leyes del mundo que propone Lazos de sangre son penosamente reales. Cada uno tiene que usar sus tácticas de supervivencia para evitar ser la presa de otros depredadores más grandes. Por eso la película es también efectiva como una "película de denuncia". Hay tantos films que por hacer hincapié en el contenido social se olvidan de lo que verdaderamente deberían ser. Lazos de sangre nunca subraya: nos recuerda que estos mundos no son fantasía, ni siquiera posibilidades: son reales.
La pobreza, el abandono, la indiferencia, el dolor, y la crueldad, conviven con todos nosotros. Akira Kurosawa definió para siempre los bosques, en el cine, como la mejor "locación" onírica. Lo que sucede con estos personajes no es un sueño ni una pesadilla: es lo normal.
Nada de esto hubiese sido tan efectivo sin el control de Debra Granik, claro. Pero también son fundamentales las expresiones, los gestos, las cicatrices que denuncia el tiempo, de los actores. Muchos de ellos son no-profesionales, pero la distinción casi ni se nota. Tomemos a Dale Dickey, una señora con un rostro temible, que le advierte a la heroína que no meta las narices donde no debe. La primera vez, la advertencia, habría bastado para que muchos se alejaran del lugar. No Ree, que es perseverante.
Jennifer Lawrence, de 19 años, recibió una nominación al Oscar por interpretar a Ree. John Hawkes también, como actor de reparto. Ambos están soberbios y son el motor y el corazón humano de la película. Ella, con su valentía inquebrantable. Él, como un hombre violento y alcohólico, trata de buscar la rendención y definirse entre hacer lo que conviene o hacer lo correcto. Son personajes curtidos por la vida.