Una luz sobre los feos, sucios y malos, y al borde del sistema.
La Norteamérica profunda, esa definición que se usa para hablar de la opuesta a la sofisticada del noreste o la liberal de la costa oeste, es el espacio donde transcurre "Lazos de sangre", la adaptación de la novela "Winter's Bone" y que corre con cuatro candidaturas al Oscar.
Aunque la expresión es amplia, en este caso se trata de seres que habitan una parte del país donde supuestamente se puede ver el revés de la trama. Allí están los "feos, sucios y malos" de los que hablaba Ettore Scola. Son los que no estarían en la superficie, esa que tiene casas impecables, con jardín y cercos blancos. Viven en cabañas medio en ruinas, perdidas en medio del bosque de Ozark, en el sureste de Estados Unidos.
La directora Debra Granik tensa la cuerda del drama y el perfil brutal de los personajes hasta el límite de lo verosímil sin traspasarlo.
También coquetea con el thriller y no le teme a un tipo de incorrección, con la que tal vez espante un poco al jurado de los Oscar, para representar la pobreza y la marginalidad de aquellos a los que despectivamente se llama white trash.
En medio de ese ambiente hostil hay una joya. Es Ree Dolly, a cargo de Jennifer Lawrence, una adolescente de 17 años con un padre narcotraficante de poca monta, una madre depresiva y dos hermanitos menores.
Ella tiene que hacerse cargo de todos cuando el padre es dejado en libertad tras poner la casa familiar como garantía. Pero el hombre desaparece y ella sale a buscarlo. No le resultará fácil. Todos, aunque no son mejores, se avergüenzan de él, ocultan lo que saben o le temen.