Cóctel de relaciones peligrosas
En su primera película para Hollywood, el cineasta surcoreano no deja nada de su particular estilo en el camino. El resultado es un thriller inquietante, en el que el estilo barroco de Park Chan-wook está al servicio de una historia familiar sin concesiones.
Para un cineasta-autor proveniente del extranjero, pretender que su primera película en Hollywood sea un film personal es como querer meter el elefante por el ojo de la cerradura. En ese trance hociqueó más de un bravo y, para no tener que pasarlo, otros (Almodóvar es el caso más notorio) prefieren ni aceptar el convite. Pues bien: con Lazos perversos, el surcoreano Park Chan-wook, conocido sobre todo por la magistral Oldboy (2003), logró meter el elefante. Tal vez tenga que ver con que Stoker no fue producida en forma directa por una major, sino por la pequeña compañía dirigida por dos cineastas, los hermanos Ridley y Tony Scott, quien falleció luego del rodaje. Quizás ellos, que en su momento pasaron por eso, hayan sostenido frente al sistema el grado de independencia que permitió a Park no sólo no ceder un ápice de su estilo bien barroco, sino darse el lujo de derribar uno de los bastiones más intocables de Hollywood, el del happy end. En lugar de cumplir el mandato conservador de restituir el orden, dejando tranquilo al espectador, el de Lazos perversos produce exactamente el efecto contrario, haciendo de ella un film casi inconcebiblemente subversivo para los cánones hollywoodenses.
Hay mil thrillers con historias parecidas. A la muerte de su padre, una adolescente –que de por sí no se lleva lo que se dice bien con una madre egoísta, fría y distante– no se siente precisamente cómoda con la llegada de un tío que ni sabía que tenía. Y en quien sospecha un mar de cosas para ocultar. En los otros 999 casos, una historia así da por resultado el más mecánico de los thrillers, previsibles variantes aggiornadas de Caperucita y el lobo. Este es el caso entre mil en que a Caperucita le salen pelos. Es que aquí el eje se desplaza (imposible saber si es obra del guión o del propio Park), haciendo del tío (el británico Matthew Goode, ideal para el papel) el catalizador de tensiones familiares y psicológicas preexistentes. Hija única, India Stoker (Mia Wasikowska, morocha, a diferencia de Alicia en el país de las maravillas) tuvo mejor relación con su padre (Dermot Mulroney, que aparece en una foto y varios flashbacks) que, notoriamente, con su madre (Nicole Kidman, con las cejas más amenazantes que nunca). India acaba de cumplir 15: está en el momento justo en que se pasa de niña a mujer. Y será el guapo y seductor tío Charlie el que la ayude a dar ese paso, mientras mamá sigue viendo en ella a una niña.
Ese carácter doble del tío, que al papel de oscuro usurpador del trono paterno (una de las posibles lecturas de Stoker es como versión femenina de Hamlet) le suma el de padrino sexual, es el que le da a la película su complejidad. Recordarán los cinéfilos más memoriosos que Uncle Charly se llamaba el personaje de Joseph Cotten en La sombra de una duda, obra maestra de Alfred Hitchcock, que giraba alrededor de una relación muy semejante entre tío y sobrina. La de remake no acreditada de La sombra de una duda es otro posible enfoque para Lazos perversos. Pero Park se atreve a lo que Hitchcock no podía, convirtiendo una ejecución al piano a cuatro manos entre tío y sobrina en una escena casi porno (entendiendo el término en sentido hitchcockiano; “ésa es mi escena porno”, decía Hitchcock sobre la última de Intriga internacional, en la que un tren ingresa en un túnel), haciendo que después la virginal muchachita se masturbe bajo la ducha y –colmo de la perversión– narrando un crimen de lo más retorcido como un acto sexual, en el que el golpe de gracia conduce al clímax. Escenas semejantes podían verse hace años en una película como Carretera salvaje, de David Lynch. En un mainstream hollywoodense, como este caso, es poco menos que imposible. Sobre todo cuando es a la heroína a la que le pasan esas cosas...
El de Park Chan-wook siempre fue, esencialmente, un arte del montaje. Ese arte alcanzó su mayor creatividad, belleza y funcionalidad en Sympathy for Mr. Vengeance y Oldboy, propulsando la historia con una verdadera coreografía de cortes. Pero en las posteriores Sympathy for Lady Vengeance y Thirst asomaban con fuerza los demonios del exceso autodindulgente. Allí los cortes eran tantos, y tan calculados, que terminaban haciendo de ellas gélidos laboratorios de fotografía y edición. Lazos perversos va de una a otra en este sentido. En la primera parte Park parece más interesado en cada corte, cada transición y cada metáfora visual, que en la historia y los personajes en su conjunto. En la medida en que las cosas tienden a enturbiarse, todas esas herramientas pasan a convertirse en las mejores palancas expresivas, asociando sexo y crimen por montaje paralelo y permitiendo que un muerto le señale a una persona viva, por puro ejercicio de montaje, cómo y cuándo darle el disparo definitivo a un letal predador.