El director de Oldboy desembarca sólidamente en Hollywood con una historia a su altura.
Hollywood es la meta de todos aquellos que aspiramos a dirigir una película. No cualquier país tiene el poder ––o publicidad–– de los estudios de Hollywood, así que estos siempre tienen las antenas en línea para aquellos directores que, no estando en la meca del cine y con presupuestos limitados, entregan un producto de una calidad tal que trasciende las barreras idiomáticas y culturales.
Cuando llega la llamada de Hollywood, hay quienes aceptan la llamada por el simple y solo hecho de que viene de ahí; no manifiestan interés alguno en saber qué historia le piden contar. Para ellos es irrelevante; es un derecho de piso que están dispuestos a pagar porque saben es el camino hacia más y mejores películas. Más de una persona consideraría esto una acción inteligente. Si bien esto es cierto en muchos casos, también es cierto que ese derecho de piso muchas veces no terminan de pagarlo; dejando tras de sí un sendero de bodrios, que en su país de origen habrían pasado sin pena ni gloria, pero olvidando o desconociendo que en Hollywood el fracaso es el único pecado que los estudios no están dispuestos a perdonar, al menos no con tanta facilidad.
Pero, también tenemos a la contracara de esa moneda. Aquellos directores, que si bien conscientes del prestigio y la diferencia abismal en lo que a valores de producción implica el aceptar esta llamada, estos valoran la historia a contar por encima de todo. ¿Les atrae? ¿Les obsesiona? ¿Ese guion se queda con ellos en su cabeza mucho después de haberlo leído? Y quizás lo más importante, ¿Se ven a sí mismos en ese guion ajeno? Más de uno creería que responder con un “No” o siquiera el solo hecho de hacer estas preguntas sería considerado un acto de pretensión; una estupidez a favor de seguir haciendo películas de “cabotaje”. Pero algunos realizadores que eligen seguir haciendo “películas de cabotaje” acaban por tener filmografías sin mancha, mientras que los monos ciegos que agarran cualquier banana quedan como eso: monos.
Esta extensa introducción tiene un por qué, estimados lectores, al ver la primera película en Hollywood del aclamado realizador surcoreano Chan Wook Park vi que lo única diferencia con sus películas anteriores ––o por lo menos con su éxito más sonado, Oldboy–– es el cambio de oriente a occidente en la locación y los intérpretes. Todo lo demás señala una película que, estéticamente hablando, solo pudo salir de la cabeza de este realizador. Ahondemos…
¿Cómo está en el papel?
Cuenta la historia de India, cuyo padre acaba de fallecer en un accidente. Su Tío Charlie, a quien no conocía, viene a vivir con ella y su inestable madre para sobrellevar el duelo en familia. Pero India sospecha que este carismático joven tiene motivos ulteriores.
Si sorprende que esta película mantenga rasgos constantes con toda la filmografía de Chan Wook Park, más va a sorprender el hecho de que el caballero que pergeño la historia no es nada más ni nada menos que Wentworth Miller, el caballero que en Prison Break, se convirtió en una suerte de hombre ilustrado para sacar a su hermano de la cárcel.
No es de sorprender que, siendo deudor de su profesión, el guion de Miller tenga un desarrollo óptimo a nivel personaje. Una historia de profundos ribetes psicológicos que desafía todo lo predecible, y ahonda en varias capas y matices el tema de la familia, y lo más importante, la existencia de esta como algo indispensable para dejar un legado o redimirse; mas allá de que aquí se tome un giro perverso ––como su título en español lo indica–– referente a dichas cuestiones. También deben destacarse los muchos simbolismos (en particular los zapatos y las arañas) que se extienden a lo largo de la película y de los cuales Park ha tomado nota.
Lo único que se le puede criticar es la falta de claridad a la hora de establecer los objetivos y las necesidades de sus personajes. Si bien están presentes a lo largo de la trama, su sutileza les jugo un poco en contra durante el primer acto y esa misma sutileza puede ser malinterpretada como una falta de ritmo. Pasado el mismo, ya estamos en ese viaje con los personajes, y se detona la curiosidad ––sin la cual ninguna película tendría sentido–– de saber que va a pasar.
¿Cómo está en la pantalla?
La película a nivel fotografía y dirección de arte no tiene manchas. La iluminación lúgubre y pálida, sin acentuar las sombras; un aspecto que abunda en muchas películas con climas similares, aquí es eludido por Park majestuosamente. Todo enmarcado en una paleta de colores que oscila entre lo verde y lo blanco.
Pero el aspecto técnico de esta película que es digno de estudio es definitivamente su montaje. Park lo utiliza para ir adelante, y hacia atrás; para ocultar información y luego revelar lo que pensabas completo y en realidad no lo era.
Actoralmente la película es impecable. Nicole Kidman interpreta muy bien a la viuda de esta historia, demostrando una madurez absoluta de su oficio; sobre todo en el tramo final de la película. Matthew Goode, a quien no veía en una película desde Watchmen entrega con mucho carisma el arquetípico rol del sociópata con encanto. Pero la que sorprende del reparto es Mia Wasikowska; la actriz de Alicia en el Pais de las Maravillas ha evolucionado notablemente. Ella es quien sostiene la película, y con mucha habilidad. No solo porque la película descansa casi completamente en sus hombros, sino por la difícil tarea de tener que comprar al espectador con el aspecto border y jugado de su personaje. Cosa que consigue y con creces.
Conclusión
Chan Wook Park se despacha con un thriller hecho y derecho; cuando pensás que sabes cómo va a terminar, te pega un volantazo y te desorienta. Y lo que si llegas a predecir, es apenas la punta del iceberg de algo mucho más fuerte. La falta de claridad al principio en la inserción de los objetivos dramáticos es el único punto que tiene en contra, pero entre el clima que crea Park, más las interpretaciones de sus actores, hacen de esta película un viaje absolutamente recomendable… por más perverso que este pueda ser.