El club de los cinco
Benoit es un niño retraído de trece años que acaba de mudarse a París con su madre y debe enfrentarse a los bullies, a las dificultades de hacer nuevos amigos, de integrarse a un grupo y también a las primeras decepciones. Atrapado entre los populares y los freaks de la escuela, Benoit dirige su atención hacia otra novata: Johanna, una chica sueca que habla un francés precario y se siente igual de aislada y perdida que él. Lo que en un comienzo se presenta como un relato clásico de iniciación, se va alejando cada vez más de los clichés del género para dar paso a la incorrección política y generar en determinados momentos una cierta incomodidad en el espectador. El género es utilizado como una excusa para realizar una detallada radiografía del proceso de crecimiento y de la complicada relación de cada uno de los personajes con el mundo que lo rodea en esa etapa tan incierta que es la adolescencia. Se trata de un relato cálido y amable, pero no exento de una buena dosis de crueldad propia del ámbito escolar.
Es muy difícil lograr lo que consigue Rosenberg: seducir al espectador a través de las convenciones propias del género en el que se inscribe la historia, encontrando el tono adecuado para conmover sin necesidad de recurrir a golpes bajos o lecciones morales. La potencia de la película radica entonces en su precisión cinematográfica y en el magnetismo irresistible con el que está contada. Le nouveau pide ser vista más de una vez y contiene uno de los momentos musicales más disfrutables y logrados en años. Su humor la acerca más a la comedia americana que a la francesa, algo que quizás tenga que ver también con la inclusión y el peso de la figura del primo de Benoit, un slacker que parece salido de una película de Apatow.
Narrada con tanta belleza que resulta imposible no enamorarse de estos freaks and geeks, la de Rosenberg es indudablemente una de las películas más tiernas y alegres que haya celebrado el rito de hacerse grande.