Inocencia y crueldad
En esta comedia francesa, la preadolescencia está contada con ternura, delicadeza y un agudo poder de observación.
El ambiente escolar, esa reproducción a escala de la sociedad, con su intrínseca heterogeneidad de personajes y su sistema de castas propio -siempre hay básicamente tres grupos: los populares, los perdedores y los neutros-, es tan tentador para contar historias que la estudiantina por sí misma es todo un subgénero. Hay muchas películas ambientadas en colegios o universidades, pero no tantas fueron filmadas con la ternura y la delicadeza de Le nouveau.
La familia de Benoît se mudó de Le Havre a París y él se enfrenta a una de las peores pesadillas de la infancia: ser “el nuevo” de la clase, un mote que reemplaza al nombre propio y del que es difícil desprenderse. Benoît es tímido, le cuesta integrarse y hacerse de un grupo de amigos (como se sabe, la única forma de dejar de ser “el nuevo” rápidamente) y se encuentra con la infaltable pandilla de cancheritos que se burla de él. Pero aquí está uno de los grandes aciertos de la película: no hay villanos ni héroes. Ni los populares no son tan malos, ni los perdedores tan buenos. Todos tienen una cuota de inocencia y también de crueldad.
Así que en su opera prima, el actor Rudi Rosenberg no cae en la tentación de la épica o la redención tan propios del cine industrial. Eso no significa que Le nouveau se vaya al otro extremo y sea una película apática, carente de emotividad o conflictos. El tono es de comedia, pero sin eludir las angustias propias de la pubertad, con la búsqueda de aceptación social (y su contracara, el rechazo) como tema abarcador. Es un ensayo sobre esa edad, al punto que el mundo adulto brilla por su ausencia: a excepción del tío piola de Benoit, que conserva su niño interior intacto, los mayores están desdibujados.
Rosenberg tiene un gran poder de observación para reparar en los detalles del comportamiento preadolescente y en los conflictos de la edad -las lealtades, las traiciones, el desconcierto sexual-, y los narra de manera que es imposible no sentir empatía con estos estudiantes y sus circunstancias. Y, en la dirección de actores, saca a relucir su conocimiento del oficio: consigue actuaciones tan naturales y encantadoras que se hace muy difícil no querer a ese grupo de cachorros.