Nada diferencia demasiado a Le Quattro Volte de un documental hecho y derecho. El film del milanés Michelangelo Frammartino recorre los hábitos, personajes y el marco natural y animal que rodea a un pueblo del sur de Italia, con un espíritu absolutamente testimonial y contemplativo. No existen diálogos ni ninguna situación argumental definida a lo largo de toda la película, pero, a la vez, tampoco existen voces en off como para encuadrar al film en el género enunciado al principio. Ambientada en un poblado de Calabria detenido en el tiempo, el film debe su título, Le Quattro volte, a “las cuatro vueltas” que tiene estacionalmente un año, reflejando a través del frío del invierno, el renacer de la primavera, etc., las vivencias y ceremonias costumbristas que llevan a cabo sus habitantes. Cortejos fúnebres, levantamiento de curiosos monolitos efímeros (como un árbol gigante que se derriba y un iglú de madera, matas y barro que se quema) y hasta el conmovedor alumbramiento de un cabrito, son parte de sucesos, actos, eventos y cultos que caracterizan la vida de esa comunidad. Con una intensa poesía visual –algunas imágenes son arrobadoras-, la película recorre esos momentos y a veces se detiene brevemente –aunque nada sea breve ni expeditivo en el film, al contrario- en algún ser que lo transita, como un anciano que protege su rebaño. Atrayente pieza fuera de géneros o tendencias.