Más loca que una cabra
¿Documental de observación, comedia, ensayo filosófico? Michelangelo Frammantino nos pone las cosas difíciles a la hora de intentar encontrarle una definición a Le quattro volte. Lo cierto es que es tan extraña, fascinante y pícara como casi ninguna película que vaya a estrenarse en mucho tiempo.
A no dejarse engañar por las apariencias ni por las sinopsis reduccionistas: Le quattrovolteno es un documental de observación. La película comienza con un personaje más o menos convencional: un anciano pastor de cabras que habita un pequeño pueblito italiano, al que la cámara acompaña en sus actividades diarias. Pero pronto comenzaremos a sospechar que detrás de toda esa cotidianeidad hay algo más: el pastor comienza a enfermar, y a tomar un extraño remedio hecho de agua y polvo que alguien barre de una iglesia, y todo comienza a correrse de a poquito del registro documental. Las sospechas serán confirmadas cuando el pastor muera –y con esto no adelantamos nada que no se intuya desde el principio- y deje paso a las historias de otros tres protagonistas. A saber, y en orden de aparición: una cabrita, un árbol, y una pila de carbón.
El film de Michelangelo Frammartino parece, en un primer vistazo, mucho más sencillo de lo que es en realidad; su simpleza se sostiene en una gran habilidad para la observación, combinada con un sólido trabajo de guión y montaje. A mitad de camino entre la ficción y el documental, Le quattro volte es una prueba de la fuerza del relato cinematográfico, capaz de construir una historia con los elementos más insólitos, y de hacer de cualquier cosa un personaje. Frammartino trata a todos sus sujetos con el mismo cuidado: los recorta, se acerca, se aleja cuando es necesario, les da su lugar, su tiempo. Y así, casi sin darnos cuenta, nos encontramos preocupándonos tanto por un anciano enfermo como por una cabrita perdida en el bosque, por las desventuras de un pino, o incluso por el porvenir de una montaña de carbón.
Le quattro voltenos habla, sí, de los ciclos de la vida; ciclos que incluyen, por supuesto, a la muerte. Pero lejos de cualquier atisbo de solemnidad, opta por la simpleza y hasta por el humor (es antológico el plano secuencia de un perro muy cabeza dura que ocasiona una serie de problemas en una calle, y tampoco se queda atrás la escena de las cabras que invaden la casa de su pastor). La vida transcurre impasible, para todos por igual, y en ese devenir no hay jerarquías ni trascendencia, más que la de aquella ley que dice que la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Es nuestra mirada la que carga al mundo de significado. Y de historias. Y de eso, entre otras cosas, nos habla esta película.